28 de desembre, 2005

Patriotismo constitucional

Como el PSOE en Santillana, Izquierda Unida también ha hecho recientemente su propuesta territorial para España. Va un paso más allá del nuevo federalismo socialista y, reconociendo el derecho de las autonomías a autodeterminarse con ciertas condiciones, se adentra prácticamente en una lógica confederal.

En nuestra última columna decíamos que el federalismo es la única forma de salir del endiablado choque de trenes hispano entre los nacionalismos periféricos, con su dinámica centrífuga, y el nacionalismo del PP, con su voluntad centrípeta. La propuesta federal o confederal rompe este conflicto, en estado de perpetua retroalimentación, en la medida en que no fundamenta el Estado en la nación sino en la ciudadanía. La pertenencia a la comunidad política ya no depende de ninguna identidad nacional o cultural, sino del mero hecho de ser ciudadano.

El sentimiento de pertenencia que se corresponde con esta perspectiva es lo que el filósofo alemán Habermas llamó “patriotismo constitucional”. La “patria” de una sociedad democrática no debe ser un territorio, ni una memoria histórica, ni siquiera una cultura, sino los derechos que protege todo Estado Social y Democrático de Derecho. El Estado, en suma, se erige así como un proyecto ético basado en la libertad y la igualdad, la justicia y la solidaridad, el pluralismo y la tolerancia.

Uno de los derechos que debería proteger un Estado así concebido es el derecho a la propia identidad cultural. Dicho de otro modo, un Estado federal debería demostrar un respeto activo por la plurinacionalidad y la pluricuturalidad de su sociedad. El filósofo canadiense Kymlicka ya nos advirtió que, si no vigilamos, un Estado supuestamente neutral en cuestiones culturales acaba decantándose inevitablemente en favor de la cultura mayoritaria de su sociedad.

Una cosa es no basar la comunidad política en la nación, y otra muy distinta es no querer reconocer la pluralidad nacional que caracteriza la mayoría de comunidades políticas. Y es que las naciones son como las meigas, que no existen, pero haberlas haylas. Así, lo propio de un Estado basado en el “patriotismo constitucional”, en la medida en que no identifica la patria con ninguna nación particular, es proteger la pluralidad nacional, de cara adentro, y participar de los proyectos de construcción de una comunidad política mayor, de cara afuera.

Por pura coherencia intelectual, un federalista debería aspirar a pertenecer a la comunidad política mayor posible en cada momento histórico. Porque los derechos democráticos son tendencialmente universales. Hay una afinidad teórica espontánea entre el concepto de derechos humanos y el de ciudadanía universal.

En nuestro momento histórico, nuestro mayor Estado “posible” es la Unión Europea. Por esto, es incoherente reclamarse “patriota constitucional” y tener una actitud nacionalista, opuesta a los países más federalistas, en el proceso de construcción europea. Como es igualmente contradictorio practicar, puertas adentro, aquellos símbolos y aquellas políticas que refuerzan una única y misma identidad española para todos los ciudadanos del Estado.

Y estas son, precisamente, las dos tareas a las que se dedica el PP, ese partido que asumió en su último congreso el “patriotismo constitucional” como doctrina oficial. Ahora ya sabemos a ciencia cierta que era sólo para mejor enfrentarse a los nacionalismos periféricos. No porque hubiera renunciado a su nacionalismo español originario, heredado de tiempos tan remotos y tan cercanos.

El Mundo Catalunya, 1 d'octubre de 2003