
Por el otro, aporta elementos que indican una necesidad de renovación del modelo de partidos todavía vigente, pero ya agotado. Fundamentalmente, tres. En primer lugar, la necesidad de crear un verdadero partido político de dimensión europea. La Europa política no es posible sin partidos europeos, pero la necesitamos como agua en mayo para impulsar una gobernanza democrática de la globalización. Sin gobierno europeo –y sin partidos que lo ocupen- esta vocación reguladora es imposible de desempeñar.
En segundo lugar, hay una fecundidad potencial en el encuentro la tradición socialista y la tradición católica. Coinciden en los valores centrales -la igualdad y una libertad que no tiene que ver con el mercado ni con el consumo- aun partiendo de bases filosóficas distintas. Si este encuentro sirve para que los católicos asuman de manera plena y completa la laicidad del Estado y para que la izquierda reconozca un valor positivo en la religión -en tanto que fuente de motivaciones solidarias- no habrá sido en vano.
Queda la tercera cuestión: la democratización de los partidos políticos. El Manifiesto del PD proclama las primarias como método irrenunciable para la elecc

Hay, en efecto, dos tipologías de partido, cada una con sus virtudes y sus riesgos. El modelo de partido “de aparato” tiene una estructura más leninista (recuérdese el viejo “centralismo democrático”), más Iglesia, donde los militantes están vinculados a una ortodoxia doctrinal que emana de la dirección. En el otro modelo, en principio los militantes miran más hacia fuera -hacia los electores- que hacia arriba -hacia los órganos de dirección- y, por tanto, parecería que tienen más libertad de movimientos.
En la mayoría de democracias europeas se viven los defectos de la primera tipología -llevados en muchos casos a su extremo-. La finalidad de la organización acaba por ser la organización misma. El reparto de cargos y prebendas se convierte en un mecanismo de control interno. Los militantes se comportan con sumisión, en la medida en que entiendan el partido como una vía de acceso a cargos públicos. Como explica Jordi Borja en un reciente análisis del PD: “los partidos estructurados, con una organización y una idiosincrasia propias, con historia y personalidad cultural, [tienen] un patriotismo ideológico y de aparato, que arrastran muchos intereses particulares vinculados a la permanencia.”
El riesgo de la otra tipología se vislumbra cuando ponemos los EEUU como referente. Si los candidatos tienen que ganar primarias, ¿acaban secuestrados por la financiación privada? ¿Puede el dinero acabar por sustituir al aparato en una tiranía sutil e indirecta? ¿Las primarias convierten el partido una organización de líderes y de electores, sin contar con el cojín intermedio de los militantes? ¿Pueden hacer que los partidos se orienten exclusivamente a los medios? ¿Pueden hacer, en consecuencia, que queden completamente desideologizados? Son riesgos a tener en cuenta.
