19 de novembre, 2007

A un héroe de nuestro tiempo

Gracias Gregorio, por tantas y tantas cosas. Gracias por ser comunista: por creer en la posibilidad de una sociedad justa, más allá del capitalismo, una sociedad democrática donde el hombre, sus derechos y sus sueños, sea el centro de la vida, una sociedad sin explotación ni dominación.

Gracias por tu lucha clandestina, durante el largo y oscuro túnel del franquismo. Gracias por todo lo que cuentas de aquellos años en tus memorias. Gracias por no confesar el nombre de los camaradas del partido, mientras eras torturado en los sótanos de la policía de la dictadura. Gracias por la perseverancia con que tejiste unas frágiles pero heroicas redes de resistencia, jugándote la vida, tu junto a tantos otros tantos, a los que siempre que has podido has querido recordar. En los distintos homenajes que has recibido los últimos años –Medalla d’Or de la Generalitat, Honoris Causa de la UPC, Premio Internacional Alfonso Comín- no has desaprovechado ocasión para explicar que premiándote a ti se premiaba a todo un colectivo de luchadores, y que tu aceptabas el premio sólo y exclusivamente en representación de todos ellos.

Gracias por tu combate por la democracia y por las libertades. Gracias por tus años de secretario general, y luego presidente, del PSUC. Gracias por tu apuesta, junto con el Guti, a favor del eurocomunismo, por vuestra lúcida y generosa estrategia durante la transición. Gracias por hacer del PSUC el más admirado partido que haya dado la historia de la Catalunya del siglo XX.

Por cierto, gracias también por tu disputa con el Guti a propósito de tu relevo en la secretaria general: tu querías que el te sucediera, él quería que tu continuaras. Se trataba nada más y nada menos que del cargo más importante de la época, de entre las fuerzas políticas democráticas. Y no os peleabais por arrebataros el poder, sino para cedéroslo. Gracias por vuestro ejemplo de ética y de lealtad.

Gracias por creer en y trabajar por la unidad civil del pueblo catalán, vinieran de dónde vinieran cada uno de sus ciudadanos. ¿Cuántos días de tu vida, durante la lucha antifranquista, los dedicaste a repartir “Treball” clandestinamente, por todos los rincones de Catalunya, tu, un aragonés, a veces al precio de caminar horas y horas de un pueblo a otro, porque aquél era el diario de la clase trabajadora, pero también porque era el único periódico escrito en catalán en plena dictadura? Gracias por esto, también.

Gracias por abrir el PSUC a los cristianos por el socialismo, gracias por tu preciosa amistad -política y personal- con Alfonso Comín. Gracias por dejarte interpelar por su testimonio de fe, tu, un ateo de toda la vida. Según explica, con su entusiasmo habitual, nuestro común amigo José Antonio González Casanova, en una ocasión asististe a una conferencia suya sobre Alfonso, donde él habló mucho sobre Dios y sobre la fe de su amigo. Y al salir le confesaste: “Ahora he entendido, por fin, cuál es el sentido de la fe”.

Cuando el año pasado fuimos a tu casa a comunicarte que la Fundación Alfonso Comín, de la que habías sido patrono durante tantos años, había decidido darte su Premio Internacional, exaequo, con otro viejo insigne, el jesuita José María Díez Alegría, nos dijiste con tu ironía habitual: “¡Me habéis hecho una buena encerrona! Pensaba deciros que no lo aceptaba, porque es muy feo que la Fundación premie a un antiguo miembro de su patronato, y porque yo ya he recibido demasiados premios en los últimos tiempos. Pero ¿cómo voy a decir que no, si me lo concedéis conjuntamente con un cura? No puedo decir que no. Acepto por la ilusión que me hace hacer pareja con un cristiano como éste.” Gracias, una vez más.

Gracias, además, por tu compromiso incondicional con todas las causas justas del mundo, por tu internacionalismo solidario. En los últimos tiempos seguías con atención el movimiento altermundialista. Nunca faltaste, ni llegaste con retraso, a las citas de la historia. Recuerdo, aunque yo fuera sólo un niño, que fue a propuesta tuya que la Fundación dio su tercer Premio a un tal Nelson Mandela, en el año 85, cuando apenas empezaba a conocerse por el mundo el nombre de aquel preso. O cuando el año siguiente acompañaste a la presidenta de la Fundación a Nablús, a entregar el cuarto Premio a Bassam al-Shakah, que lo recibía en representación de la lucha colectiva del pueblo palestino.

Gracias, Gregorio, por tu bondad. Por hacernos entender que no sirve de mucho creer en la revolución, si no se hace desde un corazón limpio. Gracias por tu honestidad, por tu coherencia, por tu valentía y tu compromiso. Y todavía por muchas otras cosas.

30 d’octubre, 2007

¿Cómo deberían ser los partidos del siglo XXI? Del partido europeo a los partidos-red

¿Cómo serán los partidos del siglo XXI? ¿Cómo deberían ser? Sobre estas cuestiones, como es de suponer, se han escrito ríos de tinta. De entrada, habrá que reconocer que, por ahora, los partidos del siglo XXI son muy parecidos a los del siglo XX, puesto que el siglo XXI ya ha empezado y las organizaciones políticas, en lo fundamental, siguen funcionando como siempre. Pero ¿es razonable que mientras la sociedad cambia a un ritmo acelerado los partidos sigan igual? ¿Son útiles unos partidos propios de la era industrial en el nuevo mundo de la globalización económica, internet y las sociedades multiculturales?

Es difícil saber qué deberíamos hacer con los partidos políticos si antes no volvemos a preguntarnos por el propósito de su existencia. ¿Para que se inventaron, por qué nacieron? Podríamos dar a esta pregunta una respuesta de ciencia política, más o menos la siguiente: los partidos nacieron para hacer de intermediarios entre la sociedad y las instituciones que la gobiernan. Así, a medida que hemos ido avanzando hacia un sistema democrático los partidos políticos se habrían ido haciendo cada vez más necesarios, dado que esta función de intermediación entre ciudadanía y gobierno se ha hecho imprescindible para el funcionamiento mismo del sistema político.

La historia política moderna como proceso de democratización

Sin embargo, para la reflexión que queremos hacer aquí quizás sea más útil responder este interrogante con una respuesta de tipo histórico y retrotráenos, para ello, bastante atrás. ¿Qué han sido históricamente los partidos, en un sentido amplio de este concepto? Si echamos un vistazo a la historia de nuestro sistema político, desde el nacimiento del Estado moderno hasta, podemos encontrar un hilo conductor que ha ido guiando el proceso de cambio institucional: la democratización. En efecto, visto así, la historia política de Europa, a lo largo de la modernidad, sería la historia de la democratización progresiva del sistema político. Democratización entendida -de una manera sin duda particular- como el proceso de construcción de la ciudadanía como categoría política y jurídica, y de ampliación, profundización y extensión de nuevos derechos para los ciudadanos.

Así, el Estado Absoluto del siglo XVII funda y garantiza el derecho a la seguridad (como versión primitiva del derecho a la vida); el Estado Liberal clásico del XVIII se construye a partir los derechos civiles (libertad de pensamiento, de conciencia, de religión, de pensamiento, derecho a la propiedad privada, etc.) proclamados de manera solemne con la Revolución francesa; el Estado Liberal democrático del siglo XX añade los derechos de participación política (derecho al sufragio, derecho de asociación y de sindicación, etc.); y el Estado Social del siglo XX da carta de naturaleza a los derechos sociales (derecho a la salud, a la educación, derechos laborales, etc.). En síntesis, cada vez más derechos, mejor garantizados, para más gente.

Pues bien, los partidos han sido, en esta historia de la Europa política moderna, son los actores sociales que han impulsado este proceso de cambio institucional. Durante la modernidad, el cambio de un paradigma institucional al siguiente se ha dado, en muchas ocasiones, por medio de revoluciones. Los partidos han sido, en estos casos, los propulsores de estas revoluciones. Así, el paso del Estado Absoluto al Estado Liberal fue promovido por el partido liberal; y con ello no nos referimos a ningún partido en concreto sino a aquella parte de la sociedad que, organizada de modos distintos en cada país -a veces a través de partidos estrictamente dichos, pero no sólo- actuó para promover el cambio. De la misma manera, el partido socialista, en este sentido amplio del término, fue el promotor en la Europa del siglo XIX y XX el motor del cambio hacia el Estado Social.

Visto así, los partidos, en síntesis, no han sido más que el instrumento a través del cual se ha impulsado la democratización del sistema político, articulado durante la modernidad entorno del Estado. Y en lo fundamental, esto es lo que deben seguir siendo, si quieren ser algo. La gran diferencia es que, hoy, el Estado ya no es el terreno principal o exclusivo en el marco del cual llevar a cabo esta tarea.

Nuestra pregunta inicial, pues, queda redefinida. ¿Cuáles son las nuevas metas, las nuevas fronteras de este proceso indefinido de democratización que es, en realidad, nuestra historia política y del que los partidos, por así decirlo, no son sino meras variables? Señalaremos algunas.

El partido europeo

De entrada, ya lo hemos avanzado, la globalización se ha convertido en el gran fenómeno, el fenómeno fundante, que redefine las reglas del juego de nuestras sociedades actuales. Seamos un poco marxistas, por una vez, y admitamos que el cambio tecnológico es el que está determinando la marcha de la historia. Las TIC han dado paso a una nueva era, han permitido la emergencia de un capitalismo mundial integrado, han catapultado el conocimiento (ya no el capital, el trabajo o la tierra) como el factor productivo decisivo de nuestro tiempo, y han dejado al Estado nación obsoleto para regular los mercados.

Sin embargo la función del Estado Social, la última frontera conquistada del proceso de democratización, era precisamente ésta: controlar, desde las instituciones políticas democráticas, los desmanes del capitalismo. Es más, la izquierda moderna nació para esto y no para otra cosa: para humanizar –ya fuera vía reforma o vía revolución- unas sociedades industriales que el capitalismo convertía a la vez en lugares tan prósperos como injustos.




Así, el primer objetivo del proceso de democratización, hoy, es salvaguardar las conquistas de la modernidad en términos de derechos, de humanización de las estructuras sociales y de justicia. Para ello habrá que adaptar el Estado Social a la nueva realidad global. En nuestro caso, la manera de hacer esto es construir la Europa política. Hace falta la Europa política para rehacer a escala europea el Estado Social, para recrearlo de acuerdo con las reglas del juego de la economía del conocimiento, de los mercados globales. Hace falta la Europa política para regular la sociedad global, para contribuir a domesticar la globalización neoliberal y dotarla de reglas que pongan los mercados globales al servicio del desarrollo humano. Estado Social para adentro, Estado Social para afuera.

Y una Europa política necesita partidos europeos. Llegaremos a ellos por necesidad. Necesitamos partidos, por sí mismos, sean global players: actores que puedan influir a escala global. La izquierda europea tiene que encontrar los mecanismos de organización que le permitan tener una voz identificable en la sociedad mundial. ¿Un sueño? ¿Una utopía ingenua? No lo sé, pero partidos que sean global players, en tanto que partidos, existir ya existen: ¿acaso no lo es el Partido Republicano de los EEUU, o el Partido Comunista Chino? ¿Por qué no puede tener el ciudadano europeo de izquierdas un partido que lo represente en el concierto global? Pero para ello, insistimos, hace falta un cambio de dimensión: pasar de los partidos de escala nacional a otro partido, aun por hacer, de escala continental.

El partido ciudadano

Este proceso de readaptación del Estado Social tendrá que hacer frente también a otro fenómeno fundamental de nuestros días: el proceso de individualización -algo distinto de la cultura del individualismo- Individualización quiere decir que las vidas de cada cual cada vez son menos estandarizables, menos previsibles, menos seguidoras de un guión preestablecido. Individualización quiere decir, hasta cierto punto, pluralidad ética y cultural, quiere decir, si se quiere, democratización de las cosmovisiones. Pero la indivudualización es hija, también, de la nueva estructura productiva. La era industrial creó una clase media relativamente homogénea. El paso a una economía del conocimiento y de los servicios deshilacha la clase media: media clase media se hace pija, otra media se hace precaria, otra mitad ni una cosa ni la otra, y tantas otras mitades siguen un curso distinto a las demás. Muchas mitades, muchos itinerarios vitales inclasificables…

Ya no nos definimos como una sociedad de clases, sino de ciudadanos. Pero esto no significa que no haya clases, desigualdades, ni que las oportunidades no estén injustamente distribuidas. Todo lo contrario. Ocurre, sin embargo, que los factores de exclusión o de discriminación se diversifican y se mezclan en geometrías variables. Lo cual impide que, como antes, los individuos se sientan formando parte de grupos sociales amplios y homogéneos, con una problemática común. Ahora son, más bien, ciudadanos con un catálogo de problemas particular e intransferible. ¿Cómo reconstruir, en este contexto, los vínculos de solidaridad? ¿Cómo cuadrar el círculo que haga viable la justicia social y sus garantías institucionales, pero asumiendo los nuevos procesos de individualización? Los partidos (al menos los progresistas) han nacido para construir mecanismos públicos de solidaridad. Y en este nuevo mundo de ciudadanos “no agregables”, “no clasificables”, las instituciones –y los partidos que aspiran a ocuparlas- tienen delante de sí un reto ciertamente complejo.

El partido-red

Una última frontera del proceso de democratización es, sin lugar a dudas, el tan cacareado asunto de la participación, la profundización de la democracia y la proximidad. ¿Cómo organizar la función de intermediación y representación política en una sociedad más compleja, más diversa culturalmente, más educada e informada, más consumista y mediática, tecnológicamente más avanzada, más sofisticada y más frágil al mismo tiempo, más líquida, en suma, para decirlo en palabras de Z. Bauman?

El sistema económico es un espejo en el que nos podemos inspirar. Las empresas de hoy, como bien nos contaba M. Castells en su célebre trilogía, son empresas-red. Esto quiere decir que es organizan en una estructura flexible, hecha de deslocalizaciones, de externalizaciones, de unidades funcionales que se hacen y se deshacen. Cada vez sirven menos las viejas empresas fondistas, estructuradas como una pirámide fija. ¿Por qué este cambio? Para maximizar la productividad, para garantizar la competitividad ante unos mercados mucho más volubles que antaño.

¿Es posible hacer algo parecido con las organizaciones políticas? ¿Es deseable? El objetivo, en el caso de los partidos, ¿cuál debería ser? Obviamente, no podría ser otro que maximizar su productividad. Pero ¿qué es la productividad en el caso de los partidos? ¿Cómo la medimos? Como decimos, se trata de maximizar la productividad en términos de participación. No se trata de medirla en términos de votos, sino en su capacidad ya no sólo para representar, sino para incluir al ciudadano en el proceso político; su capacidad para “politizar”, es decir, activar el ser-político que, a priori, todo ciudadano, por el hecho de serlo, se supone que lleva dentro.

El proceso político tiene muchas fases y muchas actividades a través de las cuales se manifiesta: el debate, la movilización, la formación y la información, la deliberación, la toma de decisiones propiamente dicha, el control de las instituciones y los gobiernos, etc. Para maximizar la productividad en términos de participación, de la misma manera que las pirámides fordistas ya no valen para crear riqueza en el caso de la empresa, tampoco sirven ya los clásicos partidos políticos piramidales, herederos del centralismo democrático. Necesitamos partidos-red: no una sino una suma de organizaciones, de distintos tamaños, cada una con su especialización funcional, que tengan una relación a la vez de conexión y autonomía.

El partido-red es una estructura compleja –y hasta cierto punto dispersa- capaz de maximizar la participación política en la medida que cada uno de los nodos ofrece una puerta distinta y específica para “entrar” en la actividad política, ya sea mediante la reflexión o la acción. Contra la visión del siglo XX, según la cual la agrupación de fuerzas en una sola organización era la manera de fortalecer la capacidad política de los partidos, probablemente hoy los partidos políticos estrictamente considerados, si quieren ser efectivamente hegemónicos, deberán renunciar a absorberlo todo, controlarlo todo, dirigirlo todo, y conformarse con ser simplemente el nodo principal de una red plural y compleja, con mil nodos complementarios, que se intercambian información, ideas, decisiones y acción.

Lo más irónico del caso es que, probablemente, a día de hoy la mayoría de los espacios políticos, en nuestras sociedades democráticas, ya estén organizados así: de manera reticular y dispersa. Sin embargo, al analizar esta situación con el paradigma antiguo –con las gafas del fordismo político- esta realidad llena de posibilidades no es reconocida como una oportunidad y una riqueza sino como un problema. Por lo tanto, el reto de hoy es conseguir que las redes lo sean conscientemente, organizar-se en forma de partido-red de manera voluntaria y no por mera necesidad, sin saber muy bien por qué. Lo fundamental es que entre los distintos nodos haya una relación de cooperación, a la vez que de autonomía, que se reconozcan y se sepan especializar, y no que se nieguen, compitan o se boicoteen entre sí. Evidentemente, las TIC e internet, igual que en el mundo de la economía, es una herramienta imprescindible para acometer con éxito esta empresa.


No olvidemos que la participación y la proximidad pasan a ser, de manera espontánea, el polo compensatorio de la construcción de partidos supra-estatales, capaces de actuar como global players. Si para reconstruir el Estado Social y para gobernar la globalización hacen falta partidos europeos, es decir, si la política en cierta medida no tiene más remedio que alejarse, ¿de qué manera devolver al ciudadano la experiencia inmediata de la democracia, tan necesaria para mantener la legitimación de este sistema político? La participación y la proximidad no son sólo una consecuencia de los mayores niveles de educación de nuestras sociedades, sino fundamentalmente una necesidad dialéctica de una política (democrática) que necesita globalizarse para recuperar la eficacia perdida.

Los partidos del siglo XXI tienen que ser capaces, en síntesis, de desplazar simultáneamente la política hacia arriba y hacia abajo –o, si se prefiere, hacia fuera y hacia adentro-. Sólo así volverán a ser el instrumento útil al servicio del proceso de democratización continua, recuperando esa función que desde los inicios de la modernidad los ha dotado de identidad y de sentido.



Publicado en El Ciervo

16 de setembre, 2007

Las paradojas del Partido Democrático (y 3)

Artículo publicado en la sección "Vuelta al Mundo" de la edición de julio de 2007 de la revista El Ciervo

Como explicamos en los dos artículos anteriores, el Partito Democrático italiano -y su vocación de impulsar una nueva fuerza política europea- nos sitúa ante una interesante paradoja: por un lado, responde a una muy particular peculiaridad de la tradición política italiana y, por el otro, abre un necesario debate que, quiérase o no, incumbe a cualquier partido europeo de izquierda o centro-izquierda. Por un lado, seria la culminación de un complejo pero histórico noviazgo entre los democristianos italianos de izquierdas y los excomunistas procedentes del PCI. (Un matrimonio, ciertamente, que tiene el riesgo de ser una amalgama sin apenas perfil ideológico.)

Por el otro, aporta elementos que indican una necesidad de renovación del modelo de partidos todavía vigente, pero ya agotado. Fundamentalmente, tres. En primer lugar, la necesidad de crear un verdadero partido político de dimensión europea. La Europa política no es posible sin partidos europeos, pero la necesitamos como agua en mayo para impulsar una gobernanza democrática de la globalización. Sin gobierno europeo –y sin partidos que lo ocupen- esta vocación reguladora es imposible de desempeñar.

En segundo lugar, hay una fecundidad potencial en el encuentro la tradición socialista y la tradición católica. Coinciden en los valores centrales -la igualdad y una libertad que no tiene que ver con el mercado ni con el consumo- aun partiendo de bases filosóficas distintas. Si este encuentro sirve para que los católicos asuman de manera plena y completa la laicidad del Estado y para que la izquierda reconozca un valor positivo en la religión -en tanto que fuente de motivaciones solidarias- no habrá sido en vano.

Queda la tercera cuestión: la democratización de los partidos políticos. El Manifiesto del PD proclama las primarias como método irrenunciable para la elección de los candidatos. Cuando Maragall lanzó el debate sobre el PD en Catalunya, hizo especial hincapié en este asunto: “¿En EE.UU. quién elige a los candidatos? La gente. ¿Se hacen listas cerradas? No. En cambio, aquí el aparato del partido decide que el número 1 es fulano y el número 2, mengano y si tú te portas bien, irás en el número 3, y tú, ojo con lo que dices o verás... Es un sistema cerrado y burocrático.” Hace falta –vino a decir- que la relación entre representantes políticos y ciudadanos sea más directa, menos mediada por los partidos y sus aparatos.

Hay, en efecto, dos tipologías de partido, cada una con sus virtudes y sus riesgos. El modelo de partido “de aparato” tiene una estructura más leninista (recuérdese el viejo “centralismo democrático”), más Iglesia, donde los militantes están vinculados a una ortodoxia doctrinal que emana de la dirección. En el otro modelo, en principio los militantes miran más hacia fuera -hacia los electores- que hacia arriba -hacia los órganos de dirección- y, por tanto, parecería que tienen más libertad de movimientos.

En la mayoría de democracias europeas se viven los defectos de la primera tipología -llevados en muchos casos a su extremo-. La finalidad de la organización acaba por ser la organización misma. El reparto de cargos y prebendas se convierte en un mecanismo de control interno. Los militantes se comportan con sumisión, en la medida en que entiendan el partido como una vía de acceso a cargos públicos. Como explica Jordi Borja en un reciente análisis del PD: “los partidos estructurados, con una organización y una idiosincrasia propias, con historia y personalidad cultural, [tienen] un patriotismo ideológico y de aparato, que arrastran muchos intereses particulares vinculados a la permanencia.”

El riesgo de la otra tipología se vislumbra cuando ponemos los EEUU como referente. Si los candidatos tienen que ganar primarias, ¿acaban secuestrados por la financiación privada? ¿Puede el dinero acabar por sustituir al aparato en una tiranía sutil e indirecta? ¿Las primarias convierten el partido una organización de líderes y de electores, sin contar con el cojín intermedio de los militantes? ¿Pueden hacer que los partidos se orienten exclusivamente a los medios? ¿Pueden hacer, en consecuencia, que queden completamente desideologizados? Son riesgos a tener en cuenta.


Lo ideal sería conjugar las virtudes de ambos modelos, pero no parece fácil. Para muestra un botón, véase el desencuentro entre el aparato del PSF y su candidata Royale en las presidenciales francesas. Lo evidente es que el modelo actual de partidos, en Europa, parece agotado. Hay una exigencia de democratización de la vida política, que pasa por dos reformas -la de las instituciones y la de los partidos- que permitan avanzar hacia un nuevo modelo de democracia participativa. Los partidos, en efecto, no pueden tener el monopolio de las instituciones, que deben estar abiertas a los ciudadanos; y los aparatos no pueden tener el monopolio de los partidos, que deben ofrecer un espacio de participación real a sus bases y actuar con transparencia ante la opinión pública.

16 de juliol, 2007

Las paradojas del Partido Democrático (2)

Artículo publicado en la sección "Vuelta al Mundo" de la edición de junio de 2007 de la revista El Ciervo


El nuevo Partito Democrático italiano (PDI), como vimos en la Vuelta del mes pasado, es un fenómeno muy italiano, hijo de la especificidad de la historia política de aquel país. Pero al mismo tiempo –y ahí está su gracia- supone una aportación como mínimo interesante a la política europea, que podría abrir un debate relevante sobre el futuro de la izquierda continental.

Son tres las contribuciones, a mi parecer, no prescindibles, que PDI aporta:

1) La necesidad de construir un sujeto político europeo, un partido europeo, para culminar la construcción de Europa, hacer la Europa política y convertirla en el actor global que debería ser si queremos dirigir la globalización en la dirección adecuada. Dice el manifiesto fundacional del PDI: “Queremos (…) contribuir a renovar la política europea, dando vida, con el PSE y las demás componentes reformistas, a un nuevo y amplio campo de fuerzas, que supere la falta de orientación política en la escena continental. Y queremos concurrir a la construcción en el mundo de una nueva alianza entre aquellos que quieren hacer de la globalización una oportunidad para la mayoría, y no una ocasión para reforzar el poder y la riqueza de unos pocos.”

Sin duda, los partidos socialistas de la UE no han sido, por ahora, capaces de articularse en un único sujeto político europeo, es decir, dar el salto a la lógica federal. Siguen presos de la lógica nacional. La excusa ya la sabemos: mientras no haya un auténtico gobierno europeo, con sus propias elecciones, un verdadero PSE no será posible. Pero es como el pez que se muerde la cola: ¿qué va primero, el gobierno federal europeo o los partidos europeos que lo deberían impulsar? La sola amenaza del PDE puede ser un buen revulsivo para que el PSE avance en esta dirección.

2) Como el PDI ha nacido de un pacto entre ex-comunistas y católicos progresistas, ha obligado a sus promotores a hacer un profundo debate sobre la laicidad. El citado manifiesto habla de “el reconocimiento de la plena ciudadanía – y en consecuencia de la relevancia en la esfera pública, no solo privada – de las religiones.” Y concretamente afirma: “Las energías morales que emanan de la experiencia religiosa, cuando reconocen el valor del pluralismo, representan para nosotras un elemento vital de la democracia”. A mi entender, que la izquierda proclame tan abiertamente que sus valores requieren “energías morales” y que las religiones tienen ahí un papel que jugar es un paso decisivo en la evolución de esta anciana y noble tradición.

Proclama el nuevo partido que sus principios básicos son: la libertad, la igualdad, la solidaridad, la paz y la dignidad de la persona. "Estos valores -dice el manifiesto- tienen sus raíces más profundas en el cristianismo, la ilustración y su compleja y sufrida relación. Se alimentan tanto del pensamiento político liberal, como del socialista, como del católico democrático”. En un
artículo dedicado al PDI, el periodista Lluís Bassets escribe: “Un partido que recoja la tradición política más genuinamente europea. La socialdemócrata de un lado, y la demócrata cristiana de otro, dos variantes del socialismo cristiano, uno de tradición laica y otro de tradición religiosa, pero cristianos y socialistas ambos. Los dos partidos que han hecho Europa. Los partidos del Tratado de Roma. (…) Los partidos del modelo social europeo, justo en el momento en que se halla en crisis. Es el que lleva en el corazón el último padre de Europa que ha sido Jacques Delors.”

Si este encuentro de tradiciones no se salda en un simple giro al centro y una difuminación ideológica, para nada estimulante, entonces sin duda representa un reto apasionante que sería absurdo ignorar. La izquierda, sin duda, necesita inspiración: motivaciones limpias, raíces espirituales. De ahí que el encuentro entre la narración ilustrada (progresista) y la cristiana sea positivo, porque una pone la letra y la otra la música.

3) La democratización interna de los partidos. Sobre esto, hablaremos en la próxima Vuelta.

12 de juliol, 2007

Las paradojas del Partido Democrático (1)

Artículo publicado en la sección "Vuelta al Mundo" de la edición de mayo 2007 de la revista El Ciervo


Empezábamos nuestra Vuelta de marzo diciendo: “En la izquierda italiana, se intercalan estos días dos debates complementarios, tan necesarios como apasionantes. Por un lado, está el debate de los intelectuales y los filósofos a propósito de la ofensiva ratzingeriana contra el relativismo.” El segundo de estos debates es el que ha dado pie a la constitución, este abril, de un nuevo sujeto político: el Partito Democrático (PD). Sin embargo, desde marzo hasta aquí, el debate sobre el PD ha dejado de ser un debate estrictamente italiano para convertirse también en tema de controversia en Catalunya, gracias a las reflexiones que sobre un futuro Partido Democrático Europeo (PDE) ha hecho en público el ex presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall. Lo cual añade, sin duda, todavía más interés a la cuestión.

Nace el PD italiano de la fusión orgánica de dos espacios políticos: por un lado, los democristianos de izquierdas, que después de la opa berlusconiana al espacio histórico de la DC, se refugiaron en “La Margherita”, y que tienen al primer ministro Prodi como máximo referente político; por otro, los ex comunistas del PCI que, después de múltiples reconversiones ideológicas y estratégicas, respondían actualmente al nombre de “Democratici di Sinistra” (DS), con D’Alema, Fassino y Veltroni al frente.

El debate que ha rodeado al nacimiento del PD ha sido de una altura considerable, como es de costumbre en el país vecino. Pero la apuesta tiene sus claroscuros. Por un lado, este nuevo actor político no hace sino culminar una vieja tradición italiana de diálogo entre la cultura laica de tradición comunista y el cristianismo social. Tradición que arrancó con el compromesso stórico de Berlinguer y Aldo Moro -compromesso abortado, no lo olvidemos, por medio de un magnicidio- y que luego renació décadas más tarde en el “Ulivo”. El PD es, de algún modo, la conversión en un único partido de las familias políticas que el “Ulivo” ya juntaba en una fragmentada coalición.

Los nietos de Don Pepone y Don Camilo por fin se casan definitivamente. ¿Qué es, pues, lo mejor de este encuentro tan italiano? Reafirma a los democristianos de izquierdas en la laicidad del Estado en un país donde la omnipresencia de la Iglesia en la vida política sólo es imaginable para quien vive allí. Prodi y la ministra Bindy, por ejemplo, no han rehuido el conflicto con el ultraconservador Ruini, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, a la hora de defender la ley de parejas de hecho. Al mismo tiempo, contribuye a que la izquierda laica a reconozca sin ambages el papel positivo, para el progresismo político, del cristianismo socialmente comprometido. En otras palabras, el PD debe contribuir a evidenciar que, cuando Berlusconi afirma, como hizo en la manifestación del Family Day, que “ser de izquierdas y cristiano es una contradicción”, hace el ridículo más clamoroso y una demostración de indigencia intelectual. El PD tiene que servir para no dejar el monopolio del cristianismo público en manos de la derecha, lo cual en Italia no es poco.

En el debe del nuevo PD, sin duda hay que anotar el hecho de que Italia se queda sin un partido mayoritario explícitamente socialista, o explícitamente de izquierdas –por mucho que sus dirigentes explican una y otra vez que en este nuevo partido deben caber todas las izquierdas-. Se define el PD como partido reformista, como partido comprometido con la construcción de la Europa política, como partido amplio donde todos deben caber: aquellos que se reconocen socialistas y aquellos que no, desde el centro hasta la izquierda. Pero el PD deja sin partner italiano al Partido Socialista Europeo -si bien los líderes del PD afirman que aunque no estarán en el PSE, sí estarán con el PSE-.

Esta apuesta, lógicamente, ha dejado descontentos a una parte importante de la DS que no ve con buenos ojos la difuminación ideológica –de la identidad de izquierdas- que esta operación implica. Y menos en un momento en que las transformaciones tecnológicas y económicas del nuevo capitalismo están intensificando las desigualdades sociales. De tal modo que un 25 % de los delegados de la DS han optado por desmarcarse del proceso e impulsar un nuevo partido socialista, formado por antiguos PCIs y algunos referentes del viejo socialismo italiano.

¿Tiene sentido el proyecto del PD para Europa? ¿Y en Catalunya? Nuestra respuesta en la Vuelta del mes que viene.

14 de maig, 2007

Desigualtats justes i injustes

Tinc una amiga que es diu Dèlia Palacios que és una de les meves heroïnes preferides. Deu tenir trenta i pico anys, és religiosa (teresiana) i fa quatre o cinc anys va acceptar d’anar a viure i a treballar a Costa d’Ivori, un país que en aquell moment estava intentant sortir d’una guerra civil molt cruenta. La Dèlia ha treballat molt de temps en una escola en una zona rural del país, que a estones quedava sota el control de la guerrilla insurgent. És probable que si sap que parlo d’ella públicament en termes elogiosos s’enfadi molt –una de les seves virtuts és la humilitat i la discreció-, motiu pel qual limitaré el meu homenatge a dir que gràcies a persones com ella el món és, sens dubte, millor.

La Dèlia em va donar la oportunitat de ser, durant uns pocs mesos, professor d’una escola de Bellvitge, a L’Hospitalet, de la qual ella fou directora fugaçment i on jo vaig donar classes a alumnes d’ESO i de Batxillerat. Concretament, les assignatures de català (tema: els pronoms febles), música (tema: el romanticisme alemany) i religió (tema: el concepte de Regne de Déu). Com comprendreu, no era la millor oportunitat per apassionar als adolescents de Bellvitge en plena primavera. Tanmateix, ha estat una de les experiències professionals més gratificants que he tingut, per ara, a la vida.

Fa uns mesos, la Dèlia i la seva companya de congregació, Gemma Bel, em van demanar un article per Fragmentos (Revista de cultura y crítica de la realidad), editada per la seva ordre religiosa. Volia, concretament un article que servís per entendre les desigualtats en la societat occidental d’avui. L’encàrrec, sota el títol de “Las desigualdades en Occidente”, em va servir de motiu per fer dues coses: descriure les desigualtats característiques (estructurals) de les societats capitalistes i reflexionar sobre la justícia o la injustícia de les mateixes.

Com que el meu amic José Luís López Bulla s’enfada si en aquets blog parlo massa de federalisme, ofereixo avui aquest text, que reflexiona de manera directa sobre allò que, en efecte, hauria de centrar el nostre debat polític de manera quotidiana: la justícia social.

L’article, estrictament teòric, intenta respondre a una sèrie de preguntes, no per clàssiques i fonamentals, poc rellevants per a la nostra acció política quotidiana. (Certament, mai és dolent repassar els principis ideològics en els quals un basa el seu compromís amb la realitat. Fins i tot, podria ser que fos necessari fer-ho de tant en tant.)

Aquestes preguntes són:

1. Quin tipus de desigualtats són susceptibles de ser valorades com a justes o injustes?

2. De quins principis disposem per valorar si una desigualtat és justa o injusta? Expliquem aquí la Teoria de la Justícia del nord-americà John Rawls, un dels més grans pensadors de la filosofia política contemporània i el seu cèlebre “principi de diferència”.

3. Exerceixen els grups socials més productius -dels quals depèn la productivitat total del sistema econòmic- un xantatge sobre la resta de la societat a l’hora de distribuir la riquesa?

4. Quines són les desigualtats pròpies del capitalisme? Són justes o injustes? En aquest punt ens detenim breument en quatre menes de desigualtats:

- la desigualtat d’accés al mercat de treball;

- la desigualtat d’accés al capital;

- les desigualtats internes al mercat de treball derivades de factors culturals;

- les desigualtats internes al mercat de treball derivades de la productivitat (p.m.t.) de
cada tipus de treball

5. És possible corregir les desigualtats injustes del capitalisme? Expliquem aquí els principals mecanismes de l’Estat del benestar per redistribuir la riquesa i regular els mercats capitalistes.

6. Finalment, l’article es pregunta si és possible imaginar mecanismes de regulació de la producció i la distribució que vagin més enllà d’aquells que ha posat en pràctica l’Estat del benestar, sense per això posar en risc la productivitat global del sistema econòmic. Es possible més igualtat amb igual (o major) riquesa? És possible un sistema econòmic més just que el capitalisme de l’Estat del benestar?

A risc de ser titllat d’ideològic –paraula, per cert, que abans era símptoma d’elogi i que últimament he descobert que també serveix per desmerèixer, i no precisament en el sentit de la crítica marxista del concepte d’ideologia- diré que el nostre compromís amb la realitat ha d’assentar-se en principis i valors sòlidament establerts, després de ser críticament reflexionats. Allò que la filosofia política anomena principis de justícia. Principis com els que intenta posar en joc, modestament, aquest article.

Tanmateix, i pensant en la meva amiga Dèlia Palacios, tampoc hem de ser ingenus: no hauríem d’oblidar que, al capdavall, el nostre compromís amb la realitat s’alimenta bàsicament de la inspiració que ens proporcionen testimonis com el seu. Potser anònims, però més fecunds que mil teories.

(Llegeix l'article sencer)

13 d’abril, 2007

Qui defensa l’Estatut? Federalisme, ara més que mai (i 3)

En el nostre post anterior explicàvem els motius pels quals és necessari mantenir viva la croada federalista, de la qual l’esquerra catalana ha estat la pionera des de l’inici de la democràcia a Espanya.

En resum, quatre són els motius principals d’aquesta croada:

1. El federalisme és el mecanisme que millor pot resoldre la tensió entre una ciutadania única (principi il·lustrat) i una identitat plural (principi romàntic).

2. Cal inventar un nou federalisme, capaç de fer dues coses i no una: que respongui simultàniament al repte de la descentralització (principi de subsidiarietat) i al repte de la plurinacionalitat (principi de la diversitat).

3. Si no inventem aquest federalisme a Espanya, l’haurem d’inventar igualment per a fer possible la Unió Política d’Europa.

4. Una reforma federal de la Constitució espanyola no només és més desitjable, sinó que és també més viable que una solució independentista per al futur de Catalunya.


Amb aquesta voluntat d’aportar arguments i passió en favor de l’Espanya federal, en el sí d’una Europa federal, linko aquells textos meus recents que més intenten aprofundir en el discurs federal o, si més no, intenten posar en ordre algunes generals però que, de fet, estan directament aplicades al cas espanyol. (Són textos que fins ara mai havia penjats al blog, potser per la seva extensió).

A. Federalismo de la diversidad, en nombre de la igualdad. Es tracta del meu capítol en el llibre col·lectiu Hacia una Espanya plural, social y federal (publicat a finals de l’any 2005 per la Fundació Catalunya segle XX1, gràcies a l’empenta de la seva presidenta, Carme Valls i Llobet). Els altres autors de l’obra són: Pasqual Maragall, Antoni Castells, Josep M Vallès, Miquel Iceta, Miquel Caminal, Joan Subirats, Jordi Sánchez, Juan José López Burniol, Carme Valls, Eliseo Aja, Antón Costas, Rafael Jorba, Núria Bosch i Teresa Sandoval, per la part catalana; i Imanol Zubero, Ramon Maiz, Joseba Arregui, Soledad Gallego-Díaz, Javier Pérez Royo, Suso de Toro, Fernando Rey, Antonia Trujillo, Enrique del Olmo i Juan José Solozábal, per la resta d’Espanya.

B. Federalismo de la diversidad, en nombre de la igualdad. Es tracta d’una versió reduïda del capítol anterior, escrita per a ser publicada com a article d’opinió en algun diari d’abast estatal.


A l’hora de fer pedagogia federal, els federalistes de l’esquerra catalana hem hagut de contrastar les nostres idees amb totes les altres propostes relatives a l’organització territorial (i simbòlica) d’Espanya. El nostre federalisme, alhora simètric i asimètric, no pot coincidir plenament amb cap de les altres postures i, al mateix temps, estem fermament convençuts que és l’única que propicia un punt de trobada, alhora coherent conceptualment i políticament viable, entre totes elles.

Així, el federalisme alhora simètric i asimètric de l’esquerra catalana es troba al bell mig de totes les batalles, enfrontat alhora amb tots els actors polítics en disputa. Però, per això mateix, creiem que és l’única solució possible a aquest vell conflicte que tenalla el futur de l’Estat espanyol. Quines són, doncs, les principals diferències entre el federalisme de l’esquerra catalana i la resta de propostes territorials:



1. Contra un PP que vol un Estat centralista, els federalistes catalans volem un Estat descentralitzat entre les diverses CCAA; contra un PP que vol un Estat culturalment, nacionalment i lingüísticament homogeni, els federalistes catalans volem un Estat plural des del punt de vista identitari.

2. Davant d’una ERC que creu que tota nació, pel fet de ser-ho, té dret a un Estat propi i que creu que l’exercici del dret a l’autodeterminació s’expressa de manera plena per mitjà de la independència, els federalistes d’esquerres creiem que la millor manera de defensar els drets dels ciutadans que formen la nació catalana és una Espanya federal, capaç de reconèixer plenament les nacions que la formen.

3. Contra una CiU que creu que l’únic federalisme just amb la nació catalana és un federalisme sistemàticament asimètric (en tots els àmbits competencials, tan el cultural i lingüístic, com el financer, infraestructures, etc.), els federalistes d’esquerres considerem que l’Estat federal plurinacional ha de combinar de manera justa simetria i asimetria.

De fet, el federalisme sistemàticament asimètric propugnat per CiU és una altra manera de denominar el confederalisme. Com és ben sabut, no hi ha cap cas a la història moderna de confederalisme que hagi estat sostenible en el temps: tots els sistemes confederals han evolucionat ja sigui cap al federalisme (cas de la Confederació Helvètica), ja sigui cap a la disgregació i, per tant, a la secessió d’alguna o totes les seves components (cas de l’Imperi Austro-Húngar).

4. Davant d’un PSOE que, sovint, entén el federalisme (quan l’entén) d’acord amb la seva formulació clàssica, és a dir, com un federalisme estrictament i sistemàticament simètric, els federalistes catalans hem après que el federalisme a Espanya ha de simultàniament simètric i asimètric. El federalisme a Espanya es desenvolupa necessàriament en un context plurinacional i, per això, ha de combinar elements de simetria i d’asimetria, segons els àmbits competencials. No pot ser un federalisme clàssic, sinó que ha de ser un nou federalisme, capaç de fer dues coses (diversitat + descentralització) i no només una (descentralització).

En la confrontació amb aquestes diverses postures, el federalisme d’esquerres català ha anat afinant els seus conceptes, ha anat enfortint les seves propostes, en un lent però sòlid procés de precipitació programàtica. El fet d’estar en un punt central, en relació a totes les altres posicions, ens permeten entendre la situació de tensió en la qual estem permanentment situats (pel què fa a aquest debat sobre el model territorial d’Espanya). Però permet, també, augurar un futur fructífer a les nostres propostes.

P.D.: Encara que els fets polítics d’aquests darrers dies ens hagin obligat, aquesta Setmana Santa, a parlar de federalisme, prometem que en els propers posts parlarem de socialisme: dels problemes de la desigualtat i de la distribució de la riquesa, del món del treball i del sindicalisme, del món de l’exclusió i de la inserció laboral. El federalisme és sens dubte un tema apassionant, però el socialisme ho és encara molt més.

10 d’abril, 2007

Qui defensa l’Estatut? Federalisme, ara més que mai (2)

Acabàvem el nostre post anterior propugnant la necessitat de rescatar la Constitució del segrest del PP. I, fins i tot, d’anar pensant en una reforma federal de la Constitució. La reforma de la Constitució pot semblar, ara com ara, una autèntica quimera. Fins i tot pot fer riure a més d’un, en aquesta situació, sentir parlar d’una reforma federal del Títol VIII.

Tanmateix, probablement sigui menys impossible del què sembla. Perquè si la dreta espanyola vol tornar a governar algun dia, haurà de comptar amb el recolzament de la resta de dretes de l’Estat, molt especialment la dreta catalana representada per CiU. I és aquest el context en el qual es poden donar les condicions per tal que el PP, tard o d’hora, assumeixi, de bon o de mal grat, una reforma constitucional en clau federal, si no vol quedar-se eternament a l’oposició.

Així, en aquesta cruïlla política en la qual ens trobaríem si el Tribunal Constitucional caigués en la temptació de desfigurar l’Estatut, CiU tindria una responsabilitat històrica, probablement com poques vegades l’ha tingut des de la seva creació. CiU hauria de decidir quin camí tria en aquesta avinentesa: si decideix entrar pel camí del sobiranisme de manera ja no retòrica, és a dir, si reprèn el discurs de l’autodeterminació efectiva i opta per l’independentisme; o si decideix aprofitar la dependència que té el PP respecte d’ella, si vol tornar al govern d’Espanya, per vèncer les resistències d’aquesta dreta espanyola cap a una reforma federal de la Constitució, que eviti de manera definitiva les lectures restrictives del text. Si opta per la primera via, probablement el matrimoni entre CDC i UDC quedaria dissolt per sempre més. Si tria la segona, és probable que la coalició pugui seguir sent viable durant força temps més.

Per a molts, després del què hem viscut els darrers tres anys, una reforma federal de la Constitució espanyola, insisteixo, por semblar una quimera. Tanmateix, ¿no ho és molt més imaginar la celebració d’un referèndum d’autodeterminació que la Constitució no preveu ni admet? Quimera per quimera, sembla bastant més realista la reforma constitucional que la independència. Però, sobre tot, als federalistes la reforma de la Constitució ens sembla un camí més just, més democràtic, més adequat a la realitat de les societats complexes i més consistent amb una Europa política que malda per convertir-se en un actor global. Per tant, entre referèndum d’autodeterminació o una reforma federal, els federalistes no tenim cap dubte sobre els avantatges de la segona: perquè és més desitjable, i perquè és més factible. (Per raons substantives i per raons pragmàtiques, per dir-ho de manera tècnica).

Aquestes reflexions, suggerides pels esdeveniments polítics dels darrers dies, ens serveixen per constatar que, si alguna cosa es fa necessària en aquests moments, tan a Catalunya com a Espanya, és la propagació, la difusió, l’extensió i l’enfortiment de la cultura i el discurs federalista. Perquè la solució, com diem, alhora més desitjable i més factible pels problemes de Catalunya, d’Espanya (i, no ho oblidem!, d’Europa), passa per la lògica federal.

Una lògica que, a diferència del federalisme clàssic, ja no es limita a distribuir el poder verticalment entre diferents nivells de poder, entre un govern central i unes unitats federades. No. Això seria resoldre senzillament el repte de la subsidiarietat. Però a Catalunya i a Espanya al federalisme no li demanem que faci només això sinó, també, que faci una altra cosa: que resolgui el repte de la plurinacionalitat. Aspirem a un nou federalisme, al qual li demanem que, a diferència del federalisme clàssic, no faci una cosa sinó dues.

És veritat que el federalisme clàssic no està preparat per a aquesta doble funció. Però per alguna cosa està la història de les formes polítiques: per fer que aquestes evolucionin, per fer que s’inventin noves solucions a nous problemes. El federalisme centrat exclusivament en la subsidiarietat intenta respondre al principi de l’eficiència del serveis públics, al principi de la proximitat. Aquest federalisme en té prou amb ser simètric, a nivell competencial, entre les diferents unitats federades. El federalisme centrat en la plurinacionalitat intenta resoldre l’encaix entre una ciutadania comú, igual a tothom, i una identitat nacional diversa. Aquest altre federalisme necessita incorporar elements d’asimetria competencial entre les unitats federades (molt especialment a nivell simbòlic).

A Catalunya, a Espanya, al federalisme li demanem que afronti simultàniament tots dos reptes. Ha de ser un federalisme ni simètric, ni asimètric, sinó totes dues coses alhora: capaç de combinar simetria i asimetria, en la mesura que vol resoldre al mateix temps el repte de la descentralització (que exigeix simetria competencial) i el de la pluralitat identitària (que reclama asimetria). Dependrà de cada àmbit competencial.

El més interessant del cas és que si aquest nou tipus de federalisme no l’inventem a Espanya, el més probable és que s’acabi inventant igualment. En efecte, l’haurà d’inventar Europa, si vol avançar realment pel camí de la seva integració política. En efecte, a la Unió Europea hi ha nacions amb una identitat, una història, una tradició, una llengua tan poderoses, que cap d’elles estarà disposada a deixar-se “representar” per una altra nació que no sigui ella mateixa. Al mateix temps, però, caldrà avançar cap a la ciutadania europea comuna si volem, de veritat, construir l’Europa política que, d’una manera o altra, ha de ser l’Europa dels ciutadans.

Per això, Europa té un gran repte: construir una veritable unitat política –cosa que només es por aconseguir per mitjà d’una perspectiva federal- respectant la seva realitat sòlidament i irreversiblement plurinacional. Si la UE vol avançar cap a la seva integració política, caldrà que aprengui a encaixar -de manera creativa, justa i democràtica- les seves diverses identitats amb una ciutadania comú, igual per a tots els europeus. I caldrà que faci d’aquesta tensió entre ciutadania (única) i identitats (plurals) el principal estímul de la seva innovació institucional. En síntesi: la Unió Política europea serà federal o no serà; el federalisme europeu serà plurinacional no serà.

Alguna cosa similar passa amb Espanya, ja ara. Espanya és una realitat plurinacional. I aquesta realitat no és sostenible a mig termini si l’organització territorial i simbòlica de l’Estat descansa sobre una filosofia i una arquitectura centralista. Potser el referèndum d’autodeterminació sigui més improbable que una reforma federal de la Constitució. Però ens atrevim a dir que, a mesura que passa el temps, el referèndum d’autodeterminació cada vegada és més factible que una Espanya incapaç d’avançar definitivament cap al federalisme.

Per això, com dèiem, cal mantenir i reforçar la pedagogia federal. Des de Catalunya i des d’Espanya. Cal teixir les xarxes i les complicitats necessàries per tal d’impulsar aquesta pedagogia. Tard o d’hora els fruits arribaran.

Seguirem.

05 d’abril, 2007

Qui defensa l’Estatut? Federalisme, ara més que mai (1)

L’Estatut de Catalunya va ser recolzat de manera contundent pels electors que van acudir al referèndum del 18 de juny. La societat catalana el vol. I vol que es desplegui en totes les seves potencialitats. Tanmateix, l’Estatut, fora del govern de Catalunya, sembla que només té o ferotges adversaris o tebis aliats.

Llistem el paper de cadascun dels actors polítics en relació a l’Estatut:

1. El PP intenta utilitzar el Tribunal Constitucional de manera partidista i ens amenaça amb una sentència que retalli de manera frustrant el text que van aprovar els catalans, després de passar el filtre del
Consell Consultiu, del Ple del Parlament i de les Corts Espanyoles. Per tal de fer fracassar el govern Zapatero, el PP està disposat a fer trontollar tots els consensos de la transició, que només són sostenibles si es renoven. I l’Estatut era això: una renovació d’aquell pacte federal entre Catalunya i Espanya que la Constitució del 78 va iniciar tímidament i que, per tal de tenir continuïtat, havia de ser renovat. No cal insistir en l’actitud del PP: esta constantment ratllant els límits de la democràcia, en la mesura que aquest sistema polític pressuposa la lleialtat dels actors polítics cap a algunes regles no escrites, lleialtat que el PP s’està saltant permanentment.

2. El govern del
PSOE, tanmateix, sembla tenir poca pressa a desplegar-lo i fins i tot, en alguns casos, no acaba d’assumir l’aprofundiment de la cultura federal que el nou Estatut implica, a l’hora de dur a terme la seva activitat normativa -una cultura que exigeix lleialtat de les CCAA cap al govern central, però també en la direcció contrària-.

3. A Catalunya, l’oposició de CiU convoca un Ple extraordinari per recriminar al govern d’Entesa la falta de lideratge en el desplegament de l’Estatut, quan no han passat ni quatre mesos des de la constitució d’aquest govern. Atacar el govern que ha de negociar amb el govern central el desplegament de l’Estatut, quan aquesta negociació tot just comença, no és la millor manera de defensar el nou Estatut. Més aviat sembla una versió a la catalana -és a dir, de manera moderada- de fer el mateix que fa el PP: utilitzar l’Estatut per als seus interessos partidistes. Qui posés l’Estatut per davant de tot, malgrat estar a l’oposició, en un moment així faria pinya amb el govern. Al menys durant un temps prudencial.

Aquest Ple extraordinari tan precipitat i injustificable ens fa sospitar el següent: podria molt ben ser que a CiU li hagués passat aquella cosa, tan perjudicial en política, que consisteix en creure’s la pròpia propaganda. CiU, durant l’any 2006, arran del pacte Zapatero-Mas ens va intentar fer creure que si teníem Estatut era, quasi exclusivament, gràcies a ella. Que ella era la legítima titular i propietària del nou Estatut. La seva dipositària natural. Era tal la seva obsessió amb que el president de la Generalitat, Pasqual Maragall, no s’emportés el mèrit de l’Estatut que van pensar que, efectivament, l’Estatut havia de ser d’algú i que, per tant, havia de ser seu. No van entendre la lliçó de Maragall, que consistia a assumir que l’Estatut no era de ningú en particular, perquè era de tots. Per tant, no era l’Estatut de Maragall, però molt menys encara el de CiU.

Com que CiU s’ha cregut que l’Estatut era seu -com que sembla no tenir altre argument polític que la seva apropiació de l’Estatut- es treu un Ple extraordinari de la màniga per explicar-li al govern de la Generalitat com s’ha de fer o deixar de fer el desplegament i, sobre tot, la “interpretació política” del nou Estatut. Mala estratègia. Els catalans entenen que qui té la legitimitat i l’obligació de desplegar l’Estatut és el govern de Catalunya. Sigui del color que sigui.

4. ERC ha estat víctima d’algunes contradiccions internes que, si no resol rapidíssimament, li poden passar factura tard o d’hora. Per una banda, tot i no haver recolzat l’Estatut en el referèndum, quan va signar l’Acord per a un govern d’Entesa, va assumir que l’Estatut era la llei volguda per una immensa majoria dels catalans i que, per tant, era no només jurídica sinó, també, políticament inqüestionable. Un dels eixos bàsics de l’Acord per a un govern d’Entesa era, com no podia ser d’altra manera, el ple desplegament de l’Estatut. En conseqüència, ERC assumia responsablement la defensa de l’Estatut, com a soci d’un govern que havia de negociar amb el govern central la seva aplicació.

Ara bé, sembla que les amenaces del PP han fet més efecte entre alguns militants i alguns quadres d’ERC del que hauríem imaginat. Crec que ERC, com a força política amb una llarga tradició democràtica, no s’hauria de deixar intimidar d’aquesta manera per l’enemic. Expliquem-nos. El PP, l’Espanya neocentralista, amenaça amb utilitzar el Tribunal Constitucional per assestar un cop mortal a l’Estatut. I ERC, automàticament, ens explica que si, finalment, la sentència de l’Alt Tribunal és efectivament mortífera, aleshores donaran per perdut l’Estatut. Perquè això és el què sembla derivar-se de la seva abrupta i sobtada proposta de proposta de referèndum d’autodeterminació durant el passat Ple.

ERC no s’adona que, amb això, li regala al PP la victòria massa fàcilment. Volent reaccionar contra l’Espanya ultradretana i centralista no fa sinó concedir-li allò que busca. Perquè el PP, evidentment, prefereix una ERC radicalitzada proposant una impossible independència fast food, que no un govern d’Entesa cohesionat, desplegant un Estatut que vagi fent real l’Espanya federal.

ERC, presa de la por que l’estratègia del PP acabi tenint èxit, i caient novament en la trampa del sobiranisme de saló que CiU exhibeix només quan està a l’oposició -però abandona fàcilment quan pacta amb el PSOE o governa a Catalunya-, ha acabat cometent l’immens error de propugnar un referèndum d’autodeterminació que tots sabem que, ara per ara, és perfectament il·legal. Així sembla que ERC hagués desistit per un moment de la defensa de l’Estatut a la que s’havia compromès, donant-lo per mort abans d’hora.

(c) Fotografia: R. Moreno

La majoria d’observadors objectius hauran de convenir que, vista l’actitud de la resta de forces polítiques, el PSC i IC-V són els únics partits que s’han mantingut, en tot moment, ferms i plenament coherents en la defensa de l’Estatut, des que s’ha constituït el nou govern d’Entesa.

Certament, una sentència parcialment o molt desfavorable a l’Estatut per ara no es pot descartar completament. I és evident que, davant d’aquest escenari,
el govern de la Generalitat no es podrà quedar de braços plegats. En aquest sentit, la preocupació d’ERC en relació al Tribunal Constitucional és ben legítima. El què no és legítim és exigir la convocatòria un referèndum inconstitucional. ERC no pot demanar que, ni tan sols posats en el pitjor escenari possible, el govern de Catalunya assumeixi una proposta il·legal. Sap perfectament que un partit com el PSC, ni tampoc una força federalista como CpC, mai secundarien una estratègia d’aquesta mena. Per això, optar per aquesta via seria tan com posar en una situació de crisi irreversible el govern d’Entesa.

Cal, ara, treballar per evitar que la sentència del Tribunal sigui negativa. I, en cas que ho sigui, cal treballar per trobar una sortida, a la vegada prou contundent i escrupolosament legal, per seguir tirant endavant l’autogovern de Catalunya.

Si finalment el Tribunal acabés cometent l’error (dramàtic) de fer una retallada de l’Estatut que el desvirtués de manera greu, probablement una gran majoria de la societat catalana tindria un sentiment molt negatiu, força difícil de gestionar políticament: el sentiment que la Constitució ha estat segrestada per part de la dreta espanyola, pel PP, precisament aquella força política hereva del franquisme que més obstacles va posar, durant la transició, per fer possible una Constitució democràtica. ¿Quina sortida li podríem donar a la societat catalana, si arribés a la conclusió que la democràcia espanyola ha estat segrestada pel PP i la seva deriva neocentralista? ¿Quina solució, si una majoria de catalans acaben per creure que l’encaix de Catalunya en l’Espanya actual és pràcticament impossible, perquè el PP fa una apropiació indeguda del text constitucional?

La resposta potser sigui menys dramàtica que la pregunta, tot i la gravetat de la situació. La resposta és: a curt termini, caldrà rescatar la Constitució (i la seva interpretació) del segrest del PP; i, a llarg termini, ja amb major ambició política, caldrà crear les condicions polítiques per tal que una reforma de la Constitució que blindi de manera irreversible un model federal per a Espanya sigui finalment possible. Almenys aquesta és la resposta que, tots aquells que ens prenem el federalisme en serio, hauríem de donar.

Continuarem aviat.

20 de febrer, 2007

¿Pagar dos veces el precio de la transición?

Nuestra transición fue positiva: posiblemente el único modo de alcanzar una cierta normalidad política democrática. En virtud del consenso, todas las partes, las que procedían de la dictadura y las que provenían de la resistencia contra el franquismo, cedieron en asuntos trascendentales para cada uno de ellas. Sin embargo, el precio pagado entonces por los demócratas parece muy alto valorado desde nuestros días. El más grave, en términos de ética democrática, fue seguramente la desmemoria histórica.

Bien pagado estuvo este precio, probablemente, en su debido momento. Se justificaba por un fin mayor: garantizar la viabilidad de una democracia incipiente y frágil. Pero, una vez consolidada nuestra democracia de manera irreversible, ¿se debe seguir pagando este precio de manera eterna? ¿Si la desmemoria fue, durante la transición, la condición para hacer posible la democracia, con qué motivo podemos hoy exigir que tal condición se mantenga intacta, una vez la democracia ya es una realidad incuestionable?

Las distintas fuerzas que pactaron la constitución no eran depositarias de idéntica legitimidad, como si se tratara de dos contendientes en una situación moralmente simétrica. Unos procedían de la subversión contra un orden democrático legítimo, mientras que los otros eran los herederos de aquel orden constitucional subvertido por las fuerza de las armas. Hoy, después de 25 años de democracia y en virtud de aquella asimetría moral de origen, parece evidente que algunas concesiones de la transición, como la renuncia a saldar las cuentas con nuestra memoria histórica, deberían ser corregidas.

Durante su presidencia, Felipe González quiso atender el consejo que le diera Gutiérrez Mellado: "Hasta que nuestra generación no haya muerto, no se puede abrir el debate sobre la guerra civil, porque nosotros fuimos sus protagonistas." Sin embargo, en virtud de esta prudencia España debe ser seguramente uno de los pocos países del hemisferio occidental que no ha ajustado las cuentas con su pasado totalitario. Todos los países que han pasado por una etapa de totalitarismo a lo largo del siglo XX han hecho algún tipo de condena histórica de su pasado: Alemania e Italia pasaron por los juicios de Nüremberg; en Portugal hubo la "revolución de los claveles"; Argentina y Chile, que de entrada hicieron una transición a la española, han terminado por hacer justicia a través de los tribunales, con los procesos a Videla y a Pinochet; y los países del Este, a partir de 1989, hicieron su condena explícita de los regímenes estalinistas. Por último, de entre todos los modelos de transición de un régimen dictatorial a otro democrático, quizás sea Suráfrica, con su Comisión de la Verdad y la Reconciliación, el mejor ejemplo de cómo la revisión histórica -y la justicia que ésta exige- se pueden poner al servicio de la convivencia futura.

En España, a día de hoy, no ha habido nada semejante a una condena histórica del franquismo, pública y solemne, porque nuestra derecha todavía se opone a ello. A veces, el PP se comporta más como heredero de la dictadura que como una derecha democrática europea. Nos tememos que, todavía hoy, siga dando por buena aquella frase del ministro de Franco, Laureano López Rodó, según la cual la democracia no podía llegar a España hasta que el país alcanzara los 1000 $ per cápita. Si nuestra derecha se reconoce en esta frase, señal que su juicio histórico de la dictadura es básicamente benevolente, del estilo: “En España hubo franquismo mientras hizo falta y la democracia no llegó hasta que estuvimos preparados para ella”. Así, el franquismo no sería, para el PP, ni una tragedia y ni un error histórico.

No se trata, en cualquier caso, de llevar a cabo un psicoanálisis de la derecha española. Se trata de exigir un justo lugar para la memoria histórica en los fundamentos de nuestra vida democrática. Para ello, hacen falta algunos gestos simbólicos, como la triple condena:

a) al Alzamiento,
b) a las atrocidades que durante la guerra civil se hicieron en los dos bandos,
c) al franquismo y su atroz represión.

O la creación de un centro dedicado a la memoria de la represión (a la manera de lo que se ha hecho con la cárcel Robben Island, en Sudáfrica, o con los campos de concentración nazis).

Y hacen falta gestos concretos, como la anulación de los juicios de la dictadura o la recuperación de las víctimas de la guerra civil enterradas en fosas comunes. Si todos los muertos son iguales, es preciso que los muertos del bando republicano también estén enterrados en los cementerios elegidos por sus familiares. Los hijos de los muertos del bando nacional dispusieron de cuarenta años para recuperados los cuerpos de sus padres. Ahora ha llegado el turno de aquellos hijos o nietos los restos de cuyos familiares están todavía por recuperar. Sólo la democracia les puede devolver lo que les corresponde. Sólo así alcanzaremos una verdadera reconciliación, no basada en el olvido sino en el perdón.

Publicado en El Ciervo


23 de gener, 2007

En respuesta al reto de López Bulla, sobre las raíces cristianas de Europa (y 3)

3. Sobre Turquía, te copio una nota que acabo de publicar esta misma semana sobre el asunto (también en El Ciervo):

Turquía, de entrada sí. Entre los partidarios de la incorporación de Turquía a la UE encontramos tanto argumentos basados en posiciones de derechas como otros fundados en visiones progresistas. Lo mismo ocurre con los argumentos contrarios: algunos proceden de perspectivas conservadoras, mientras que también desde la izquierda hay quien se opone a su entrada.

Derecha contraria: Europa tiene un fundamento cultural, que se refiere fundamentalmente a sus raíces cristianas. ¿Qué hace un país islámico, por muy democrático que sea, en una Europa de trasfondo cristiano? Se basa en una visión culturalista de Europa.

Derecha favorable: Turquía es un mercado emergente, en el que se puede hacer mucho negocio. Además, con la entrada de Turquía, se consolidará la Europa-mercado y se hará casi imposible la Europa política, que se supone que requiere unos fundamentos culturales comunes. Se basa en una visión neoliberal de la UE.

Izquierda contraria: Europa tiene una prioridad, que es la Unión política. Con Turquía dentro, este objetivo se hace todavía más complicado, por no decir imposible. Sólo una Unión política puede salvar el modelo social europeo, a medio plazo. Por lo tanto, en nombre del federalismo europeo, hay que renunciar a la entrada de Turquía.

Izquierda favorable: La entrada en la UE anclará la democracia en Turquía, lo cual permitirá demostrar que una democracia estable es posible en un país mayoritariamente islámico. Lo cual, en términos geopolíticos, no es poca cosa.

A mi parecer, se trata pues de negociar la plena entrada turca sin poner en riesgo el proyecto de la Europa política federal. Una cuadratura del círculo perfectamente posible.

Dicho de otra manera, que Bush sea tan partidario de la entrada de Turquía en la UE como tu o como yo debería hacernos sospechar sobre lo acertado nuestra postura. Que los democristianos alemanes más conservadores sean contrarios a la entrada (los mismos que defienden, en efecto, la mención a las “raíces cristianas”) debe reafirmarnos en nuestra posición favorable. Vaya lío. ¿Por qué no se ponen de acuerdo entre ellos y así nosotros adoptamos, simplemente, la posición contraria?

Bromas a parte, debemos tener claro por qué queremos que entre Turquía y con qué condiciones. Turquía no tiene que ser la excusa para la confirmación irreversible de la “Europa gran mercado y nada más”, como quieren muchos anglosajones de esta parte del Atlántico. Ni se trata, tampoco, de anclar a Turquía en el bloque occidental por motivos geopolíticos (que entre en la UE, para que no se vaya de la OTAN), como quieren muchos anglosajones del otro lado del Atlántico.

Tenemos que poner todas las garantías que asegure que Turquía en la UE no impide avanzar hacia la UE política y social. En cualquier caso, si algún argumento hay contra la entrada de Turquía, nada tiene que ver con el riesgo de difuminar nuestras “raíces cristianas”. Al contrario, si Turquía acaba entrando el carácter cristiano de Europa se verá reforzado, porque será, sin duda, un valiente gesto de solidaridad geopolítica y porque contribuiremos a ilustrar el Islam. Y trabajar por la justicia (ya sea geopolítica o cultural) siempre le hace a uno más cristiano, aunque no lo sepa.

22 de gener, 2007

En respuesta al reto de López Bulla, sobre las raíces cristianas de Europa (2)

2. Queda claro pues que soy partidario que la UE tenga una inspiración cristiana. Pero, precisamente para ser coherente con las enseñanzas evangélicas, soy partidario de que esta inspiración se demuestre en los hechos, y no soy partidario de que se declare en los textos.

Dicho eso, creo que todos los ciudadanos, independientemente de nuestra adscripción religiosa, debemos defender a capa y espada la laicidad y la no confesionalidad de las instituciones públicas y del Estado. Los cristianos los primeros, puesto que no se puede entender la fe cristiana al margen de la libertad. La buena teología (la de hoy y la de siempre) explica que no se puede creer por obligación, ni siquiera por inercia sociológica. Por lo tanto, los cristianos deberíamos ser los primeros en defender los principios de tolerancia y de libertad religiosa, aun cuando en la historia de Europa la Iglesia (la católica, sobre todo) haya jugado tantas veces el papel contrario, al menos hasta el Concilio Vaticano II.

¿Cómo vamos a hacer una Europa en la que todos los ciudadanos, agnósticos, cristianos, musulmanes, judíos, budistas o hindús, sean de primera si nuestra Constitución intenta proclamar una “identidad cristiana”? ¿Poco cristiano, no te parece, buscar una Europa con ciudadanos de primera y de segunda?

Las guerras de religión del siglo XVII fueron el crisol donde se fraguó el principio de tolerancia. La Iglesia Católica hasta el siglo XX no aceptó plenamente la desconfesionalización de la vida política y la secularización de las sociedades que durante siglos se había acostumbrado a tutelar. Seria una tragedia que los pasos dados durante el Concilio sean retrocedidos ahora de maneta sutil por un Vaticano empeñado en reconfesionalizar el continente. Además, se trata de un ejercicio inútil.

Por esto, angustia ver la posición de determinadas Conferencias Episcopales en torno a determinados debates políticos, como por ejemplo el del matrimonio homosexual. Pero ahí el problema no es sólo de ingerencia del altar en los asuntos del trono, de control de la espada por parte de la cruz, sino de falta de democracia interna en la Iglesia. Que los obispos, más allá de su mera (y legítima) participación en el debate público, intenten marcar la posición de los legisladores en temas que afectan a la moral familiar es triste; pero que en las cúpulas episcopales, en temas como éste, sólo se oiga una voz, siempre conservadora, que para nada corresponde al sentir de una parte importante de las bases católicas, es probablemente más triste todavía.

Por cierto, me juego un paquete de ducados a que en España hay más cristianos favorables al matrimonio homosexual que en contra. (Yo de ti no aceptaría la apuesta, que las encuestas del CIS avalan mi sospecha).