24 de març, 2009

Europa ante la crisis

Article publicat a El Ciervo el gener del 2009

Estos últimos meses hemos podido oír con frecuencia que en chino la palabra “crisis” está formada por dos ideogramas, el segundo de los cuales se corresponde con el primero de la palabra “oportunidad”. Cada crisis, viene a decir el idioma chino, encierra una oportunidad. Esto es especialmente cierto para los países de la UE. ¿Cual es la salida eficaz de la crisis para los europeos? “Más Europa”, hemos repetido muchos. Pero debemos explicar bien las razones de esta convicción.


De entrada, habrá que reconocer que para Europa la crisis supone también un riesgo. No olvidemos la historia: cuando la de 1929, tan parecida y tan distinta a ésta al mismo tiempo, los EEUU reaccionaron eligiendo a Roosevelt y abrazando el New Deal, mientras que Europa, incapaz de digerir el shock social de aquél crack, se encontró con Hitler en el poder y el fascismo campando a sus anchas.


Sin duda, las consecuencias sociales de ésta crisis no serán las mismas que las de entonces, por algo hemos doblado varias veces nuestro nivel de vida en estos ochenta años. Pero Dios quiera que con tasas de paro al galope, los populismos de diversa calaña no hagan su agosto durante los próximos años. Los EEUU, por si acaso, han tenido nuevamente la inteligencia de antaño y han entregado el poder a Obama –lo más parecido a Roosevelt que tienen en este momento-. Recordemos que fue la crisis, y no otra cosa, lo que le catapultó en las encuestas.


¿Cómo atajar los efectos de una crisis que empezó siendo financiera pero cuyos efectos ya se han trasladado, y de qué manera, a la economía productiva, es decir, a las empresas y las familias? La receta, a nivel teórico, está clara (nos la ha contado Krugman): los gobiernos deben hacer políticas anticíclicas, con todos los instrumentos a su alcance. Con política monetaria -bajando los tipos de interés- pero muy especialmente con políticas fiscales expansivas, a través de rebajas fiscales y, por encima de todo, a través de inversiones y obras públicas. Así, las empresas, hoy paradas por falta de vendas, volverán a vender y podrán echarse a andar de nuevo. Pero ahí está el reto: en Europa estas políticas sólo tienen sentido si las hacen todos los países simultáneamente, dado que comparten un mismo mercado.


Si éstas políticas de estímulo de la demanda agregada las hiciese un país europeo aisladamente, estando como estamos en un mercado único, podría darse el caso de que sirviesen para reactivar las empresas del país de al lado, pero no las del propio. Recordemos las duras lecciones del primer gobierno Miterrand, a principios de los ochenta: las políticas keynesianas, ésas que hoy necesitamos más que nunca, sólo son posibles bien en economías cerradas, bien a nivel del mercado común.

Los gobiernos sólo estarán dispuestos a endeudarse más para incrementar el gasto público si tienen garantías que su mayor gasto se convertirá en demanda para las empresas de la propia economía. Como se trata de economías abiertas, la única garantía de que esto vaya a ser así es que todos los países de la UE hagan este esfuerzo simultáneamente. Lo cual requiere un grado de coordinación de las políticas económicas al que los países europeos no estaban acostumbrados hasta ahora.

Coordinar las políticas económicas de manera eficaz significa, lisa y llanamente, estar dispuestos a tener un “gobierno económico europeo”, esa vieja reivindicación de la socialdemocracia continental. Y ¿qué es un “gobierno económico” sino una manera de adentrarse seriamente por el camino de la unión política? Ironías de la historia: la Unión Política, que no pudo llegar a través de la Constitución hace a penas dos años, se ha convertido hoy en una necesidad inapelable si queremos superar la crisis con seguridad -y evitar así que las sociedades europeas se conviertan en pasto del primer populista que asome por la esquina-. La historia nos está esperando.