Artículo publicado en El Ciervo, septiembre –octubre del 2009
Los organismos económicos internacionales, el FMI, la OCDE y demás, nos dicen que ya se empieza a ver la luz al final del túnel: parece que Francia y Alemania han salido ya de la recesión, China vuelve a crecer desde hace ya meses a su ritmo habitual, en EEUU se ha ralentizado la destrucción de empleo, nuestra vice-presidenta económica avisa que aquí la confianza de los consumidores se recupera mes tras mes, las compañías automovilísticas vuelven a vender coches…
¿Se acabó la crisis? Las estadísticas puede que den algunas buenas noticias, pero incluso los más optimistas hablan de una recuperación “zombie” o, como dice Krugman, de una larga etapa de purgatorio: unos años durante los cuales el mundo crecerá muy por debajo de sus posibilidades y los mercados de trabajo tardarán lo suyo en reabsorber los trabajadores que esta crisis ha mandado al paro.
Pero lo engañoso de este “decreto oficioso de fin de crisis” no es sólo que después de la crisis venga un estado de anemia económica sostenida. Lo grave es que, aunque la crisis técnicamente esté en vías de superación, sus causas siguen intactas. Muchas cumbres del G-20… pero los mercados financieros siguen sin reformar. ¿No prometió Sarkozy una batalla sin tregua contra los paraísos fiscales? Sin embargo, nadie ha visto todavía una hoja de ruta fiable sobre este asunto. Hacía falta, también, una reforma implacable del sistema de remuneración de los altos directivos del mundo financiero –una fuente de irresponsabilidad y cortoplacismo casi delictivos-. Pero sobre esto, hasta la fecha, sólo tenemos una loable declaración del Ecofin que ya veremos en qué queda.
¿No había también que rehacer drásticamente las normas contables que han permitido que los activos tóxicos parezcan activos sanos? ¿No era imprescindible crear nuevos organismos reguladores, que vigilen de verdad y con nuevas criterios de control las entidades financieras? Es cierto que Obama ha presentado un plan al respecto, que da nuevos y mayores poderes a la Reserva Federal. ¿Pero no habíamos quedado en que la supervisión ya no vale si se hace a escala nacional, porque unos mercados financieros globalizados requieren de instituciones y mecanismos de control globales? Pero por ahora, nada de nada.
Por ahora, lo único que hemos visto son unos multi-billonarios –e imprescindibles- planes de estímulo fiscal y unos multi-billonarios –e inevitables- rescates financieros en forma de avales y compra de activos de la banca privada que, mientras no sean revendidos y el Estado no recupere el dinero, suponen la mas masiva transferencia de dinero desde las clases medias y trabajadoras a las clases ricas que haya visto el mundo en los últimos cien años.
Así, las causas inmediatas de la crisis –unos mercados financieros sin control- siguen intactas. Pero más intactas siguen todavía sus causas profundas. No olvidemos que en el origen de esta crisis no está otra cosa que la desigualdad creciente que el capitalismo neoliberal ha provocado en los últimos treinta años. Veamos: si los países desarrollados crecían tan ricamente, pero los salarios de los trabajadores –particularmente en los EEUU- llevaban treinta años estancados, ¿puede alguien explicar cómo se financiaba el consumo que hacía de motor del crecimiento? Fácil respuesta: con un endeudamiento masivo de las familias, que es lo que ha provocado la crisis financiera, subprime mediante. Y supongo que a estas alturas nadie duda que el estancamiento sostenido de los salarios es fruto directo de un modelo de globalización en el que el capital puede circular sin trabas por los mercados mundiales y, por lo tanto, puede “chantajear” a los gobiernos y a los trabajadores imponiendo sus condiciones por doquier.
Si no somos capaces de crear mecanismos democráticos de redistribución de la riqueza a escala global, si no inventamos un modelo de economía de mercado capaz de revertir drásticamente la desigualdad generada por el capitalismo neoliberal (dentro de los países y entre países), el crecimiento de la economía mundial seguirá avanzando sobre bases insanas. Y entonces la próxima crisis no tardará; y será peor.
Los organismos económicos internacionales, el FMI, la OCDE y demás, nos dicen que ya se empieza a ver la luz al final del túnel: parece que Francia y Alemania han salido ya de la recesión, China vuelve a crecer desde hace ya meses a su ritmo habitual, en EEUU se ha ralentizado la destrucción de empleo, nuestra vice-presidenta económica avisa que aquí la confianza de los consumidores se recupera mes tras mes, las compañías automovilísticas vuelven a vender coches…
¿Se acabó la crisis? Las estadísticas puede que den algunas buenas noticias, pero incluso los más optimistas hablan de una recuperación “zombie” o, como dice Krugman, de una larga etapa de purgatorio: unos años durante los cuales el mundo crecerá muy por debajo de sus posibilidades y los mercados de trabajo tardarán lo suyo en reabsorber los trabajadores que esta crisis ha mandado al paro.
Pero lo engañoso de este “decreto oficioso de fin de crisis” no es sólo que después de la crisis venga un estado de anemia económica sostenida. Lo grave es que, aunque la crisis técnicamente esté en vías de superación, sus causas siguen intactas. Muchas cumbres del G-20… pero los mercados financieros siguen sin reformar. ¿No prometió Sarkozy una batalla sin tregua contra los paraísos fiscales? Sin embargo, nadie ha visto todavía una hoja de ruta fiable sobre este asunto. Hacía falta, también, una reforma implacable del sistema de remuneración de los altos directivos del mundo financiero –una fuente de irresponsabilidad y cortoplacismo casi delictivos-. Pero sobre esto, hasta la fecha, sólo tenemos una loable declaración del Ecofin que ya veremos en qué queda.
¿No había también que rehacer drásticamente las normas contables que han permitido que los activos tóxicos parezcan activos sanos? ¿No era imprescindible crear nuevos organismos reguladores, que vigilen de verdad y con nuevas criterios de control las entidades financieras? Es cierto que Obama ha presentado un plan al respecto, que da nuevos y mayores poderes a la Reserva Federal. ¿Pero no habíamos quedado en que la supervisión ya no vale si se hace a escala nacional, porque unos mercados financieros globalizados requieren de instituciones y mecanismos de control globales? Pero por ahora, nada de nada.
Por ahora, lo único que hemos visto son unos multi-billonarios –e imprescindibles- planes de estímulo fiscal y unos multi-billonarios –e inevitables- rescates financieros en forma de avales y compra de activos de la banca privada que, mientras no sean revendidos y el Estado no recupere el dinero, suponen la mas masiva transferencia de dinero desde las clases medias y trabajadoras a las clases ricas que haya visto el mundo en los últimos cien años.
Así, las causas inmediatas de la crisis –unos mercados financieros sin control- siguen intactas. Pero más intactas siguen todavía sus causas profundas. No olvidemos que en el origen de esta crisis no está otra cosa que la desigualdad creciente que el capitalismo neoliberal ha provocado en los últimos treinta años. Veamos: si los países desarrollados crecían tan ricamente, pero los salarios de los trabajadores –particularmente en los EEUU- llevaban treinta años estancados, ¿puede alguien explicar cómo se financiaba el consumo que hacía de motor del crecimiento? Fácil respuesta: con un endeudamiento masivo de las familias, que es lo que ha provocado la crisis financiera, subprime mediante. Y supongo que a estas alturas nadie duda que el estancamiento sostenido de los salarios es fruto directo de un modelo de globalización en el que el capital puede circular sin trabas por los mercados mundiales y, por lo tanto, puede “chantajear” a los gobiernos y a los trabajadores imponiendo sus condiciones por doquier.
Si no somos capaces de crear mecanismos democráticos de redistribución de la riqueza a escala global, si no inventamos un modelo de economía de mercado capaz de revertir drásticamente la desigualdad generada por el capitalismo neoliberal (dentro de los países y entre países), el crecimiento de la economía mundial seguirá avanzando sobre bases insanas. Y entonces la próxima crisis no tardará; y será peor.
1 comentari:
La "doctrina" de Toni Comín es clara para todo aquel que haya seguido sus escritos en los últimos años: el mundo de hoy es un mundo enfermo por cuanto sus políticos, y en gran parte sus ciudadanos, no quieren asumir el traslado del principio de la unidad del género humano al ámbito político; esto es, no hay voluntad política ni social para poner en funcionamiento las estructuras políticas globales que necesita, como el aire que respira, un mundo que económicamente y tecnológicamente se ha globalizado irreversiblemente.
Toni Comín le llama, a ese desideratum, "democracia global", Shoghi Effendi (Acre, 1897-1957), sobre cuya obra se acaba de publicar un libro introductorio por Erasmus Ediciones, le denomina "unión política mundial".
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