Articulo publicado en El Ciervo, mayo del 2009
A raíz de la crisis que asola el capitalismo mundial, la más grave desde la Segunda Guerra Mundial, un tópico está en boca de todos: como consecuencia de este cataclismo económico es necesario transitar, lo más rápidamente posible, del paradigma neoliberal a un nuevo paradigma que podemos llamar de “neokeynesiano global”.
El debate económico –que, al fin y al cabo, no es más que el debate sobre qué tipo de pacto social deseamos, es decir, en qué tipo de sociedad queremos vivir- se traduce, a menudo, en conflicto geopolítico. Durante el siglo XX, la pugna entre el sistema de mercado capitalista y el socialismo de planificación central acabó por cristalizar en un enfrentamiento geográfico entre Este y Oeste, los Estados Unidos y la Unión Soviética. Cuando el comunismo estatalista implosionó, el debate económico se trasladó al dilema entre dos opciones distintas de capitalismo: la neoliberal, sin apenas Estado, redistribución, ni garantías sociales, o el capitalismo social con Estado del bienestar. También en este caso, la confrontación económica se tradujo en un dialéctica geopolítica: mientras los EEUU se supone la patria del neoliberalismo –malgré Bill Clinton-, Europa representaría el capitalismo socialdemócrata –malgré Tony Blair.
Así, la representación más pura del paradigma neoliberal sería la derecha estadounidense –los republicanos, con sus Bush y sus Greenspan-, mientras que la encarnación más legítima del capitalismo social pertenecería a la izquierda europea. ¿Quien sino las socialdemocracias europeas pueden erigirse en máximas depositarias de la tradición que conjuga Estado y mercado, prosperidad y redistribución, eficiencia productiva y derechos sociales?.
El mundo, este año 2009, está virando desde el modelo “americano” al modelo “europeo”. Con algunas salvedades respecto del Estado del bienestar clásico: hoy vivimos en una economía globalizada, cuyo fundamento material son las tecnologías del conocimiento; donde las economías emergentes –China, Brasil, India, etc.- son locomotoras de los mercados mundiales tan o más importantes que los países de la OCDE; y donde la transición a una economía verde es un imperativo ineludible, además de una oportunidad para la innovación tecnológica -y, en consecuencia, para salir de la crisis.
Matices a parte, estamos en pleno viraje. Sin ir más lejos, Obama, ese hombre que entusiasma el planeta, no hace más que “copiar” el paradigma europeo. En política interior, intenta desarrollar los flancos más débiles de su minimísimo Estado del bienestar: regular Wall Street, reducir las desigualdades salariales, levantar una sanidad pública, devolver un papel a los sindicatos, etc. Y en política exterior, se apunta al discurso geopolítico que Europa defiende desde el fin de la guerra fría: el multilateralismo cooperativo, renunciando a cualquier tentación de unilateralismo imperialista. Muy bien.
Vayamos el G-20, celebrado en Londres a principios de abril. Todos los pasos allí dados también confirman el viraje: se decidió reforzar financieramente el FMI, fundamentalmente para ayudar los países emergentes y en desarrollo; se acordó la regulación y el control de los mercados financieros, hedge funds y agencias de rating incluidos; se resolvió dar la batalla para acabar con los paraísos fiscales; y se dispuso relanzar las negociaciones para impulsar el comercio mundial, entre muchas otras medidas ¿Acaso la democratización del FMI a favor de los países del Sur, la abolición del secreto bancario, el fin del proteccionismo comercial de los países ricos o la regulación estricta de las finanzas globales, no han sido en tiempos recientes reivindicaciones de una parte del centro-izquierda europeo, por no hablar del mismísimo movimiento antiglobalización?
¿Cuál es, pues, la paradoja europea del año 2009? Muy simple: precisamente cuando el mundo se dirige hacia el modelo social y económico que la izquierda europea se supone que representa mejor que nadie en el mundo, ésta se encuentra en sus horas más bajas desde hace décadas. Vean sino el resultado que obtendrán los partidos socialistas europeos en las próximas elecciones al Parlamento de Bruselas. ¿Por qué cuando el mundo vira hacia “Europa”, Europa se aleja de sí misma? ¿Qué nos está pasando?
A raíz de la crisis que asola el capitalismo mundial, la más grave desde la Segunda Guerra Mundial, un tópico está en boca de todos: como consecuencia de este cataclismo económico es necesario transitar, lo más rápidamente posible, del paradigma neoliberal a un nuevo paradigma que podemos llamar de “neokeynesiano global”.
El debate económico –que, al fin y al cabo, no es más que el debate sobre qué tipo de pacto social deseamos, es decir, en qué tipo de sociedad queremos vivir- se traduce, a menudo, en conflicto geopolítico. Durante el siglo XX, la pugna entre el sistema de mercado capitalista y el socialismo de planificación central acabó por cristalizar en un enfrentamiento geográfico entre Este y Oeste, los Estados Unidos y la Unión Soviética. Cuando el comunismo estatalista implosionó, el debate económico se trasladó al dilema entre dos opciones distintas de capitalismo: la neoliberal, sin apenas Estado, redistribución, ni garantías sociales, o el capitalismo social con Estado del bienestar. También en este caso, la confrontación económica se tradujo en un dialéctica geopolítica: mientras los EEUU se supone la patria del neoliberalismo –malgré Bill Clinton-, Europa representaría el capitalismo socialdemócrata –malgré Tony Blair.
Así, la representación más pura del paradigma neoliberal sería la derecha estadounidense –los republicanos, con sus Bush y sus Greenspan-, mientras que la encarnación más legítima del capitalismo social pertenecería a la izquierda europea. ¿Quien sino las socialdemocracias europeas pueden erigirse en máximas depositarias de la tradición que conjuga Estado y mercado, prosperidad y redistribución, eficiencia productiva y derechos sociales?.
El mundo, este año 2009, está virando desde el modelo “americano” al modelo “europeo”. Con algunas salvedades respecto del Estado del bienestar clásico: hoy vivimos en una economía globalizada, cuyo fundamento material son las tecnologías del conocimiento; donde las economías emergentes –China, Brasil, India, etc.- son locomotoras de los mercados mundiales tan o más importantes que los países de la OCDE; y donde la transición a una economía verde es un imperativo ineludible, además de una oportunidad para la innovación tecnológica -y, en consecuencia, para salir de la crisis.
Matices a parte, estamos en pleno viraje. Sin ir más lejos, Obama, ese hombre que entusiasma el planeta, no hace más que “copiar” el paradigma europeo. En política interior, intenta desarrollar los flancos más débiles de su minimísimo Estado del bienestar: regular Wall Street, reducir las desigualdades salariales, levantar una sanidad pública, devolver un papel a los sindicatos, etc. Y en política exterior, se apunta al discurso geopolítico que Europa defiende desde el fin de la guerra fría: el multilateralismo cooperativo, renunciando a cualquier tentación de unilateralismo imperialista. Muy bien.
Vayamos el G-20, celebrado en Londres a principios de abril. Todos los pasos allí dados también confirman el viraje: se decidió reforzar financieramente el FMI, fundamentalmente para ayudar los países emergentes y en desarrollo; se acordó la regulación y el control de los mercados financieros, hedge funds y agencias de rating incluidos; se resolvió dar la batalla para acabar con los paraísos fiscales; y se dispuso relanzar las negociaciones para impulsar el comercio mundial, entre muchas otras medidas ¿Acaso la democratización del FMI a favor de los países del Sur, la abolición del secreto bancario, el fin del proteccionismo comercial de los países ricos o la regulación estricta de las finanzas globales, no han sido en tiempos recientes reivindicaciones de una parte del centro-izquierda europeo, por no hablar del mismísimo movimiento antiglobalización?
¿Cuál es, pues, la paradoja europea del año 2009? Muy simple: precisamente cuando el mundo se dirige hacia el modelo social y económico que la izquierda europea se supone que representa mejor que nadie en el mundo, ésta se encuentra en sus horas más bajas desde hace décadas. Vean sino el resultado que obtendrán los partidos socialistas europeos en las próximas elecciones al Parlamento de Bruselas. ¿Por qué cuando el mundo vira hacia “Europa”, Europa se aleja de sí misma? ¿Qué nos está pasando?
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