28 de desembre, 2005

Del Federalismo (1 y 2)

(1)

CiU, en su reciente Congreso, ha precisado un poco más de lo habitual en ella cuál es su modelo de relación con el Estado español. Ha declarado que se reconoce en el confederalismo. Ahora ya sabemos quién es cada cual en el debate político catalán, cuando del tema territorial y del encaje con España se trate. El PSC es el partido federalista por antonomasia; ERC es independentista, si bien está dispuesta a poner su independentismo en barbecho si España avanza por el camino federal; CiU es confederal.

¿Qué diferencia hay entre el federalismo y el confederalismo? Aventuremos una respuesta. El confederalismo considera la parte que se confedera como una comunidad política soberana, con derecho a la autodeterminación, es decir, a decidir si quiere formar parte de la confederación o si quiere marcharse, sin que el resto de partes tengan nada que alegar. Parte prioritariamente de los derechos colectivos, esto es, de los derechos de la nación como tal. El federalismo, en cambio, parte más bien de los derechos individuales de los ciudadanos. Los ciudadanos, y no las comunidades nacionales, son la base de la soberanía política. Son los ciudadanos los que, mediante la libre asociación, deciden construir una comunidad política, que garantice sus derechos.

Puesto que entre estos derechos individuales está el derecho a vivir en la propia lengua y el derecho a la propia identidad cultural, está en el corazón de la lógica federal construir comunidades políticas –léase Estados- muy respetuosas con el pluralismo cultural y lingüístico. Comunidades que organicen su estructura territorial reconociendo de manera muy expresiva las diferencias nacionales que en ellas se albergan. Por esto el federalismo es incompatible con el jacobinismo, esa concepción del Estado que en nombre de la igualdad política acaba incurriendo en la mera homogeneidad cultural y lingüística.

De hecho, el federalismo está tan lejos -o tan cerca- del jacobinismo, que en nombre de la igualdad de derechos está siempre presto a sacrificar el pluralismo identitario, como del confederalismo, que en nombre de la diversidad nacional, cultural y lingüística está siempre a punto para sacrificar la igualdad de derechos entre los ciudadanos de las distintas partes de la confederación.

Hasta aquí todo bien. Sin embargo, a poco que nos fijemos, la pregunta más relevante todavía está por responder. ¿Cuál es el alcance de la comunidad política que nace por medio de la federación de estos ciudadanos libres, de estos ciudadanos que son el fundamento irreductible de la soberanía de la comunidad política precisamente porque ellos son cada uno de ellos soberanos de sí mismos? ¿Cuáles deben ser los límites que configuren las fronteras de cada Estado?

En la respuesta el federalismo muestra su alma más puramente ilustrada. Si los derechos de ciudadanía se quieren potencialmente universales, entonces apuntan, de modo sólo tendencial pero irreversible, hacia la constitución de una comunidad política universal. Así, en el mismo concepto de “derechos de los ciudadanos” está implícito este horizonte que apunta a la constitución de una única federación política global. Si todas las personas son sujetos de los mismos derechos y la comunidad política no es más que el espacio donde estos derechos se hacen efectivos, es inevitable concebir la idea de una misma comunidad política, para hacer efectivos estos derechos universales iguales para todos. El Estado de derecho mundial es, por lo tanto, un “ideal implícito” en la lógica del federalismo.


(2)

Puesto que el federalismo parte de la consideración de cada ciudadano, con sus derechos inalienables, como el sujeto último e irreductible de la soberanía política, y puesto que los derechos de ciudadanía son, por definición, potencialmente universales, la lógica federal apunta hacia la constitución de una comunidad política única y universal, hacia un Estado de derecho global. Con esta idea acabábamos nuestra anterior columna, antes del verano. Así respondíamos a una pregunta clave: ¿cuál debe ser el alcance territorial de cada comunidad política? ¿Qué criterio tenemos para elegir cuales deben ser las fronteras de los Estados?

Sin embargo, como se comprenderá fácilmente, el Estado de derecho global no es tanto una “propuesta” política históricamente plausible, sino sólo un “ideal” político que debería servir como “idea reguladora” de la política internacional. La pregunta, pues, sigue por responder. ¿Qué respuesta nos ofrece la lógica federal si queremos pasar del plano de los ideales más o menos filosóficos al plano de las propuestas históricamente viables?

A nuestro entender, hay un criterio específicamente federal para dirimir la diferencia de valor entre una comunidad política u otra, entre una propuesta de frontera u otra. Reza así: tiene prioridad normativa aquella comunidad política mayor posible en cada momento histórico, dadas unas condiciones culturales, tecnológicas y económicas determinadas. ¿Cuál debe ser el alcance del Estado? España mejor que Catalunya, Europa mejor que España. Al mismo tiempo, por la misma lógica federal, este Estado mayor posible estará siempre condenado a ser lo más descentralizado posible, a ser pluricultural, plurilingüístico y plurinacional y, por lo tanto, a organizar su estructura territorial de acuerdo con estos principios.

Es este un criterio formal y no material. La Unión Europea es el horizonte necesario de todo federal no por el hecho de ser Europa, sino porque es la mayor comunidad política posible, para nosotros, en este momento histórico. El europeísmo, para un federal, no debe ser un nuevo tipo de nacionalismo, que sustituya el viejo nacionalismo de los siglos XIX y XX vinculado a l Estado-nación o a las naciones sin estado. El europeísmo es, hoy, el único camino históricamente viable para ser internacionalista, es decir, universalista.

Por esta misma lógica, no se puede luchar en nombre del “patriotismo constitucional” -otro nombre del federalismo- en contra del nacionalismo vasco o catalán en España, y practicar sistemáticamente el nacionalismo español en Europa. Lo hacía el gobierno del PP a cada rato. Puestos a elegir entre nacionalismos, los catalanes siempre preferiremos el catalán, aun en su versión independentista, que el español. Porque es el nuestro y, aún, por otra razón con valor moral: puestos a optar entre nacionalismos, mejor el más débil.
Sólo desde el federalismo se pueden superar los nacionalismos en España. Pero para ser legítimamente federal en España hay que ser también federal en Europa, lo cual significa estar dispuesto a disolver la soberanía española en una soberanía europea mayor.

En conclusión, la lección más bella de la lógica federal es que concibe de un modo radicalmente distinto a lo habitual el concepto de frontera. Para el federalismo, las fronteras de una comunidad política son siempre provisionales, siempre móviles, fronteras en estado de perpetuo desplazamiento. Porque mientras vivimos en una comunidad política particular, siempre hay el horizonte una comunidad política mayor a construir.


El Mundo Catalunya, publicats en edicions successives