10 de gener, 2009

Amb Palestina al cor (2/5)

L’OCHA es l’Oficina de Coordinació Humanitària de l’ONU a Palestina. Entre d’altres funcions, té la trista missió de comptar els morts que es deriven del conflicte palestino-israelià. L’informe de la OCHA d’aquesta setmana explica que fins ahir 758 palestins han mort a causa dels bombardeigs israelians a Gaza des que el passat 27 de desembre va començar l’ofensiva Plom fos i que un 42% d’aquests morts són nens (257) i dones (60). Segons l’OCHA, el número de menors morts s’ha incrementat en un 250% des del començament de la invasió per terra.

Rebo textos dels meus admirats González Faus y Pérez Esquivel on es posa de manifest que l’actuació de l’Estat d’Israel infringeix de manera radical els preceptes bàsics de la religió jueva. Els creients poden estar segurs d’això: el Déu d’Israel clama per la sang innocent de les víctimes de Gaza i rebutja amb ira l’actuació del govern que representa el seu poble.

Publico avui el segon dels articles sobre l’ocupació israeliana de Palestina apareguts a El Ciervo al llarg de ¡ l’any 2008.


El perfume de nuestra tierra
Article publicat a “El Ciervo” el juny del 2008

A mediados del pasado mayo, dos pueblos de Oriente Medio hacían conmemoraciones radicalmente opuestas, a pesar de estar referidas a los mismos hechos. El pueblo judío celebraba el sesenta aniversario de la creación del Estado de Israel. En 1948, poco después del horror del Holocausto, al fin había un lugar donde este pueblo tenía que poder vivir seguro y en paz.

El pueblo palestino conmemoraba la Anaqba: la tragedia de más de setecientos mil palestinos que, en virtud de la proclamación del nuevo Estado, fueron expulsados por la fuerza de sus casas y de sus tierras por parte del recién creado ejército israelí, y que, junto a los refugiados de la guerra del 67, son el origen de una comunidad de refugiados de más de cuatro millones.

Hay multitud de libros de historia que sirven para entender el conflicto palestino-israelí. Pero pocos ofrecen una imagen tan rica, tan exacta, tan coral, a la vez emotiva y analítica, como El perfume de nuestra tierra. En estas casi cuarenta entrevistas hechas durante la Intifada del 2002, la conocida periodista Kenizé Mourad hace hablar a todos los perfiles y tipologías imaginables que pueblan aquella tierra: un líder pacifista israelí, una familias cuya casas fue demolida reiteradamente, la hermana de una judía asesinada en un atentado suicida palestino, la madre de un niño asesinado por los soldados israelíes por arrojarles piedras, un colono israelí que habita en un asentamiento, un militar israelí convertido en refusnik, un antiguo feday (combatiente) palestino, un artista palestino torturado en las cárceles israelíes, los niños israelíes de clase media aterrorizados por los ataques terroristas, habitantes de los campos de refugiados, un niño palestino paralítico por los disparos a sangre fría de los militares israelíes, los familiares de la primera mujer palestina que se inmoló, una “mujer de negro” israelí, una abogada israelí dedicada a los palestinos acusados por los tribunales de Israel, los padres de un joven pacifista israelí muertos en manos de su propio ejército y tantos otros. Un libro, en fin, de lectura obligada.

Muchas de estas conversaciones son estremecedoras. En otras, sorprende la lucidez y la valentía de la voz que habla. Por ejemplo la de Jeremy Milgrom, un miembro de los llamados “rabinos por los derechos humanos”, que dice cosas como éstas: “Soy rabino desde hace veinticinco años. (…) Si somos fieles a nuestra religión debemos oponernos a las violaciones de los derechos humanos, que son constantes en este país. ¿Cómo podemos pretender ser una sociedad judía si torturamos y aplicamos castigos colectivos, si destruimos casas y dejamos familias enteras en la calle?”. Y prosigue: “Nuestra organización fue creada durante la primera Intimada, para protestar contra la orden dada a los soldados de romper los huesos de los manifestantes. (…) Hoy en día está claro que Israel ha utilizado el proceso de Oslo para consolidar su control sobre los territorios palestinos. Hacemos en estos territorios exactamente lo que hacían los surafricanos: crear bantustanes (…) Los israelíes no quieren compartir nada.”

Y concluye: “Los colonos no creen tanto en la santidad de la tierra de Judea y de Samaria como en una cierta idea del sionismo. (…) Este discurso no tiene nada que ver con la Biblia ni con la fe religiosa, es una noción que está grabada en ellos: nosotros tenemos el derecho de cometer las faltas que los demás han cometido antes que nosotros, es una especie de desquite del horror. Oir esto me resulta insoportable. En lugar de ser más sensibles al sufrimiento ajeno en razón de nuestras propias desgracias, en lugar de ser fieles a nuestra ideología judía que hace dos mil años era más avanzada que las demás, (…) hoy estamos retrasados en relación con la moral que prevalece en todas partes”. Testimonios como el del rabino Milgrom merecen que la sociedad europea despierte y apoye, de una vez por todas, las víctimas (inocentes) de esta historia.