19 de gener, 2007

En respuesta al reto de López Bulla, sobre las raíces cristianas de Europa




El reto de José Luís López Bulla




José Luis, te acepto el envite, cómo no. Aunque, recuerda, tenemos otro pendiente de más enjundia, sobre el futuro de la izquierda, en respuesta a un artículo de Giddens que suscitó cierto debate en Europa, titulado “El socialismo ha muerto, pero la izquierda no”. Vamos, por ahora, al reto que me pones hoy, sobre las raíces cristianas de Europa (que es de respuesta relativamente fácil) y ya daremos a la pregunta por el socialismo la respuesta que merece (que es un tato más compleja y merece más detenimiento) en otro momento.

Avanzo a partir de tres tesis simples:

1. Los cristianos de izquierdas no podemos estar a favor de la mención a las “raíces cristianas de Europa” en la futura Constitución Europea.


2. Los ciudadanos, todos, tenemos que defender a capa y espada la laicidad del Estado y de las instituciones públicas.


3. Estoy a favor de la entrada de Turquía en la UE, pero con una salvaguarda relativa a la Unión Política de Europa
.

Hoy desarrollo la primera. El lunes y el martes explicaré las otras dos.

1. En su día dediqué un artículo (en El Ciervo) al debate que se tenían sobre todo en Francia, socialistas laicistas y socialistas cristianos, como por ejemplo Delors, sobre la mención a las raíces cristianas de Europa en la Constitución. (Te lo adjunto, en pdf, al final de esta nota). Yo soy contrario a ello, no tanto por ser de izquierdas sino por ser cristiano. (Por cierto, ¿hay alguien todavía convencido de que se puede ser cristiano y de derechas sin correr un serio peligro de ser condenado al infierno el día del juicio final?).

No estoy en contra de esta mención por los motivos que tú imaginas. No se trata simplemente de defender la laicidad, la no confesionalidad de Europa, a machamartillo, que también. De esto te hablaré en el próximo punto. Se trata, de hecho, de todo lo contrario. Yo quiero una Europa cuyas instituciones sean completamente laicas, sin vínculo privilegiado con ninguna religión, y al mismo tiempo me gustaría una Europa cuyos valores, cuyas prioridades estratégicas, cuyo rol mundial estuviera teñido por una fuerte inspiración cristiana. ¡Santo Dios! ¡Qué me dices!

Me gustaría una Europa cuya actuación estuviera presidida, en primer lugar, por el sentido de la justicia, la solidaridad y el universalismo. Que son algunos de los valores propiamente evangélicos (aunque no exclusivamente evangélicos). El sentido cristiano de la fraternidad universal, trasladado a la esfera política, nos debería llevar a trabajar por la justicia global o, por decirlo a la manera de hoy, por “otro mundo posible”.

Por esto creo que, si acaso, el cristianismo de Europa se demuestra en su capacidad para generar justicia social: puertas adentro, con un verdadero Estado del Bienestar que garantice los derechos de todos, sobre todo de los más débiles; y puertas afuera, con una reforma de la globalización en clave social, que permita propulsar el desarrollo de los países del Sur, para ser coherentes con ese principio de la teología de la liberación (que Woytila rápidamente se hizo suyo) que es la “opción preferencial por los pobres”.

Quiero una Europa tan cristiana que siga al pie de la letra a Mateo 25, la parábola del juicio final. Ahí, acordaos hermanos, Jesús condena a aquellos que le tenían todo el día en la boca y, sin embargo, pasan de largo del hambriento, el sediento y el desnudo. Justo quienes pensaban salvarse… ¡zas, al fuego eterno! Y salva a quienes nunca se pararon a rezar al Señor y que, por eso mismo, no contaban con la salvación. Y sin embargo cubrieron al desnudo, alimentaron al hambriento, dieron de beber al sediento. “Lo que le hicisteis a ellos, me lo hicisteis a mi”. ¡Gran teólogo este Mateo!

Pues tomemos nota del Evangelio (los cristianos, claro, el resto no tenéis por qué). Yo, en fin, no quiero una Europa que recuerde sus raíces cristianas en sus papeles, sino una Europa a la altura de los valores cristianos, que es muy distinto. Europa no será ni más ni menos cristiana por el hecho de que su Constitución diga eso o aquello. Europa se salvará, como dice Mateo, si alimenta a los hambrientos de este mundo, y se condenará si limita a repetirse a sí misma su identidad cristiana.

Sólo me parecería razonable que la Constitución explicitara las “raíces cristianas” de Europa si hubiera un párrafo que, en clave histórica, hablara también de sus “raíces griegas y romanas”, de la “influencia judía y árabe”, de la “tradición moderna e ilustrada” como un hito clave de la historia de Europa, etc. Pero no soy muy partidario que las Constituciones hagan ejercicios de historia, porque suelen acabar mal y son poco propicios al consenso. Con que la Constitución deje bien sentados sus valores básicos, nos bastamos y nos sobramos.

Enlace al artículo La Constitución Europea y las raíces cristianas (El Ciervo, 12 de enero de 2003)